LA HONESTIDAD ES LO QUE CUENTA

 

El guionista y actor Ricky Gervais en The Office

Ricky Gervais en The Office

Doy clase de guión en muchos sitios. Leo muchos guiones de gente que empieza. Y muchos de ellos son historias estupendas… que no llegan a la página. Se intuyen, se esbozan, se pueden entrever. Pero no llegan a contarse, porque el autor no se ha atrevido a desnudarse y poner bajo los focos sus preocupaciones más íntimas.

Se supone que la gente que decide dedicarse a escribir lo hace porque quiere expresarse. Porque piensa que sus preocupaciones, sus sentimientos, sus terrores deben ser compartidos con el público.

Pero si antes de hacerlo se topan con ciertos profesores de escritura creativa que empiezan a contarles un montón de teorías sobre construcción de historias y les ponen montones de ejemplos de obras maestras y les explican el porqué y el porqué no de todas las cosas, para cuando se pongan a escribir, ya no querrán expresarse. Querrán complacer a un profesor. Querrán parecerse a lo que entienden que es un buen guión. Querrán escribir un guión vendible.

A los trece años, Ricky Gervais escribía en el instituto historias sobre cowboys y polis renegados. Lo que veía en la tele. Su profesor sistemáticamente rechazaba sus redacciones diciendo “muy melodramático, escribe de lo que sabes”.

A Gervais le exasperaba ver que sus compañeros de clase sacaban notables escribiendo aburridas redacciones sobre lo que hacían en su día a día. Un día, harto de que rechazasen sus fantasiosas historias de género, decidió escribir sobre lo más aburrido que hubiese en su vida.

Acompañó a su madre a la casa en la que limpiaba y ayudaba a una anciana. Empezó a describir con todo detalle las anodinas tareas e insignificantes conversaciones que su madre mantenía con la anciana. ¿Eso es lo que quería el profesor? Pues eso es lo que obtendría. Así le demostraría, pensaba Gervais, que sus historias eran mejores.

Sacó un sobresaliente.

Teniendo en cuenta que los guiones de The Office, la serie que le hizo mundialmente famoso, están llenos de gente anodina realizando las tareas más aburridas imaginables, es comprensible que Gervais diga que aquella fue la lección de escritura más importante que recibió en su vida.

Y entonces comprendió que lo que cuenta es la honestidad. Que la verdadera labor del escritor es encontrar lo extraordinario en lo ordinario. Y que sólo a partir de esa honestidad se puede llegar a excitar y fascinar al lector/espectador con las cosas que le fascinan y excitan a uno mismo.

Está muy bien conocer los modelos. Está muy bien analizar las propias historias con arreglo a las fórmulas narrativas y dramáticas que llevan tres mil años funcionando. Pero antes hay que escribir esas historias. Historias propias. Hay que sacar a la luz eso que le inquieta a uno mismo, que no le deja dormir, que le da vueltas todo el tiempo en la cabeza.

No importa si no parece vendible, no importa si no se da con una estructura clásica para contarlo. Eso ya vendrá después. Si la historia es buena, encontrar la estructura adecuada es cuestión de técnica y de paciencia. Pero intentar aprenderse primero las estructuras clásicas y luego rellenarlas con una historia cualquiera no funciona.

Esto no quiere decir que no pueda escribirse honestamente sobre polis renegados y cowboys. “Escribe de lo que sepas” no es un consejo que deba tomarse al pie de la letra. Si las infinitas estepas de Oklahoma o los basurientos callejones de Baltimore son el escenario adecuado para contar lo que uno lleva dentro, lo que uno siente que debe ser compartido con el público, adelante.

Pero recordando siempre que lo que el lector/espectador busca no son cowboys ni polis renegados: lo que busca es honestidad.

Sergio Barrejón.