EL MEDIO ES EL MENSAJE Y EL GUIONISTA ES EL PERSONAJE

Un método para construir personajes interesantes.

En el último curso de la era AC, fui profesor de tres másters de guión e impartí Iniciación al Guión en 1º de la ECAM. Tanta actividad me obligó a ser un poco metódico. Ayudar a setenta estudiantes a generar y desarrollar ideas no es posible si vas de “guionista que trabaja en pijama” o “artista bohemio que garabatea ideas en servilletas. Si no tienes un método, tus clases no servirán de mucho.

Woody Allen amontona las ideas en un cajón de la mesilla. No lo intentes en casa.
(Fotograma de “Woody Allen, el documental“)

Hoy quiero compartir uno de esos métodos, nada espectacular pero muy útil, con el que intento ayudar a mis estudiantes a generar buenos personajes. El método tiene dos fases. En la primera fase, les paso un cuestionario a los alumnos. Las preguntas son de este cariz:

-¿Qué opinas de la sentencia del procès?

-¿Quién tiene razón en el caso de la “censura interna” en La Razón: Paco Marhuenda o Alfonso Ussía?

-¿Se equivoca Pablo Casado al criticar al Gobierno en unos momentos tan excepcionales?

-¿Debería Pablo Iglesias haber mantenido una cuarentena estricta o sus deberes como Vicepresidente justifican que acuda a los Consejos de Ministros?

-¿Quién es peor: el que se salta la cuarentena porque no aguanta más sin dar un paseo o el vecino que aprovecha para denunciarle a la Policía porque en el fondo le tiene manía desde hace años?

-¿Qué opinión te merece el abogado de “la manada”?

Uno de mis alumnos de 1º de la ECAM, al ver el cuestionario, murmuró “no me jodas, ¿en serio nos está preguntando esto?”

Es una reacción lógica. Las preguntas no tienen nada que ver con el mundo del guión. En realidad, sólo son un experimento. Las respuestas en sí no son tan importantes como el auto análisis que le pido al alumno en la segunda fase: ahí le hago volver a pensar en esas preguntas… pero buscando una forma de justificar las actitudes que más condenables le hayan parecido de entre las que menciono en esas preguntas. La idea es ver con qué facilidad nos dejamos llevar por la inercia social de opinar de forma taxativa, y lo poco útil que es esa actitud a la hora de crear.

En algunas clases, he llegado a pedir a los alumnos que escriban un monólogo en el que el personaje que les parece más despreciable de entre los mencionados en las preguntas explica en voz alta sus motivos para actuar como lo hace. Y esa explicación, les insisto a mis alumnos, tiene que ser convincente.

Sí, estoy hablando de justificar el mal. O “blanquear”, como se dice ahora. Porque para hacer eso no nos queda más remedio que poner en marcha el arma secreta del guionista: LA EMPATÍA. La capacidad de ponernos en el lugar de todos y cada uno de los personajes de nuestra historia.

Porque todos los personajes, si les preguntases, se sentirían el protagonista de la historia. Nadie se ve a sí mismo como “el malo de la película”, “el amigo bienintencionado pero que se equivoca” o “el tío que es majo cuando las cosas van bien pero que, en tiempos de crisis, vendería a su madre por un plato de lentejas”.

Etiquetar de esa forma a nuestros propios personajes los convierte en marionetas. En caricaturas. Si queremos que tengan profundidad, que realmente intervengan en el drama (o en la comedia) de forma convincente, tenemos que empatizar con ellos. Tenemos que tratarlos a todos con la misma atención que ponemos en el protagonista. Independientemente de cuántas páginas le demos a cada personaje, deberíamos proporcionarle la oportunidad de ser un personaje, y no sólo un instrumento de nuestra narración.

Si te cuesta hacer hablar a tus personajes de forma verosímil; si te cuesta hacer que tus secundarios y antagonistas tengan la prestancia de tu protagonista, prueba a escribirles un monólogo solemne. Un juramento de fidelidad, una protesta de amor, una disculpa ante la tumba de su padre, un “a Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre”. No se trata de darles toda esa voz en el guión, pero definitivamente deberías darles voz en tu cabeza.

Como la mayor parte de los métodos creativos, sólo funciona si el que lo practica lo hace con fe y candor. Abandona la ironía cuando dibujes a tus personajes. La distancia irónica no es más que la coraza que se pone el escritor principiante para evitar que sus historias le manchen. ¿Sabes aquello de “cuando te asomas al abismo, el abismo se asoma a ti”? Pues ser escritor supone asomarse al abismo. Qué digo asomarse, supone lanzarse al abismo, chapotear en el fango, salir de allí hecho una cochambre, con manchas y con heridas, con sanguijuelas y garrapatas.

No puedes pretender que tus historias afecten al espectador si antes no te afectan a ti. Sumérgete en los peliagudos dilemas éticos que plantea el drama. No mires a tus personajes por encima del hombro. Respeta su punto de vista, déjales hablar, no los desprecies.

Trátalos como lo que son: personas.

Sergio Barrejón.