LOS HIJOS: EL MUNDO QUE DEJAMOS

La herencia de toda una generación materializada en una catástrofe nuclear. En 2016, con solo 33 años, la autora británica Lucy Kirkwood estrenaba su obra The children en el Royal Court Theatre de Londres. Éxito posterior en Broadway y tercer mejor texto del siglo XXI para The Guardian, Los Hijos ha consagrado a su autora como una de las voces más inteligentes y críticas de nuestro tiempo. Con esta carta de presentación, el pasado jueves 28, David Serrano presentaba la adaptación española en el Teatro Pavón Kamikaze. Sobre el escenario, Susi Sánchez, Joaquín Climent y Adriana Ozores. Ellos son, respectivamente, los Hazel, Robin y Rose inventados por Kirkwood. Tres personajes que se reencuentran con su pasado individual para preguntarse, y preguntarnos, por el futuro global.

Cuenta la autora que su referencia para crear el universo de la historia fue el desastre nuclear de Fukushima. Así que, imaginemos los años posteriores a un episodio mucho más devastador: con electricidad racionada y sin apenas agua corriente, una pareja de físicos nucleares prejubilados pasa el resto de sus días en una destartalada cabaña perdida del mundo. Ellos vivieron en primera persona el desastre y sus consecuencias. Puede que de ahí, de ver la muerte tan de cerca, nazca su obsesión por el yoga y el cultivo ecológico. Es la inesperada visita de Rose, una antigua compañera a la que no ven desde hace más de 30 años, la que pondrá sobre ellos el dilema central de la obra: ¿estarías dispuesto a sacrificar tu futuro por el de tus hijos?

La pregunta no es casualidad en 2019. Al mismo tiempo que Madrid celebra la Cumbre del Clima, un evento de eco internacional, la historia de Kirkwood se construye en torno a un hecho específico, sobre el que proyectar la cuestión de fondo: nuestro legado medioambiental; las consecuencias dramáticas de la incursión humana en la naturaleza. De la distinta mirada de cada personaje por el mundo, nace la metáfora. Si Rose es la conciencia por la salud del planeta, Hazel es la preocupación por la suya propia, y Robin la temeridad de quien se acerca cada día un metro más al precipicio. Así, la asunción de la muerte funciona en dos direcciones: el planeta muere, pero en cierta forma, también mueren ellos tres.

En este sentido, no es casualidad la relación que se plantea entre el uso abusivo de los recursos, la tecnología y las futuras consecuencias. La escasez con la que viven Hazel y Robin deja al trasluz una evidencia: más abuso hoy, menos recursos mañana. ¿A qué parte de la ecuación queremos renunciar?

El texto crece y trasciende a sus tres protagonistas. Ellos representan una generación que vive con la responsabilidad de las generaciones futuras. Distintas conciencias e implicación frente a un problema cada vez más nítido. Y es que, en la ficción, son los jóvenes quienes exponen su cuerpo a la radiactividad para tratar de reconducir los efectos devastadores de la catástrofe. Aunque no suban al escenario, la presencia de todos los hijos, de los que se habla y de los que no, es continua y tangible. El peso del dilema está, por tanto, en los que empezaron todo tres décadas atrás.

Estamos, entonces, en una cabaña aislada. Sobre el escenario, ese lugar mínimo y solitario representa el individualismo de los que viven ahí. Su postura ante la vida. El “yo más no puedo hacer”.  Así, el lugar se convierte en un espacio de diálogo con el espectador. Una conversación constante y comprometida que, sí, parte de un relato construido sobre un mundo paralelo, pero de una realidad abrumadora. La premisa del “qué hubiera pasado si” es aquí la mejor forma de señalar lo que ya ha pasado.

Sin embargo, el montaje apuesta por la narración. Es difícil poner sobre escena algo tan grande y complejo como la emergencia climática desde los conflictos internos y propios de tres personajes. Pero Los Hijos lo hace. Se compromete a contar una historia, no a agitar una mera consigna ecologista. Eso es precisamente lo que eleva su mensaje y hace que todo tenga más peso y verdad. Esta es la historia de Rose, Hazel y Robin. De su reencuentro y sus recuerdos. De sus cuentas pendientes. El espectador se implica a tal punto con sus vidas que lo que va por detrás cala con igual o mayor fuerza.

En un momento en el que el negacionismo más vacío atenta contra el consenso científico, el montaje de David Serrano es contundente y reflexivo.  Necesario. Una mirada de emergencia a un problema contemporáneo, que nos obliga a replantearnos el futuro.

Sergio Granda.

Los Hijos estará de martes a sábado a las 20:30, y los domingos a las 18:00, en el Teatro Pavón Kamikaze hasta el 5 de enero de 2020.