Por Carla Nigra.
A mis ahora 24 años, muchos compañeros me preguntan cómo conseguí mi primer (y, todavía, único) empleo como guionista de televisión. Y, aunque no es la respuesta que a la gente le gusta oír, fue gracias a la suerte. Mucha suerte. Suerte, sobre todo, de que alguien decidiera confiar en mí.

Cartel promocional de Bany Compartit.
Cuando Ferran Cera, el productor de Visiona TV, me contactó, yo acababa de salir del cascarón. Bueno, no. Miento. Puede que ahora sí esté empezando a ver algo de esa luz que hay tras la cáscara. Pero, por aquel entonces, el cascarón estaba aún a medio romper. Acababa de cumplir los 23 y, ya entregado mi TFG, mi día a día consistía en pasar horas frente al portátil, buscando trabajos de camarera en indiscriminados portales de empleo, con un único objetivo en mente: financiarme el máster de guión de la UPSA (esto incluía manutención y alojamiento en Salamanca).
Buscaba en bares, restaurantes o discotecas. Me daba igual. Lo que fuera con tal de poder formarme como lo que siempre había deseado ser; ese nombre infravalorado que aparece en los créditos justo después de “guión”. Así que imaginad mi bonita cara cuando, entre uno y otro envío de mi currículum al Bar Manolo & familia, recibo la llamada de un número desconocido que me dice: “Hola, Carla. Tú no me conoces, pero soy un productor de cine y televisión y me gustaría contratarte para escribir una serie que se emitirá en TVE. ¿Qué tal te viene?”
Mi primer impulso fue pedirle al graciosillo de turno que fuera a vacilarle a otra. Pero una sabia y muy lejana vocecilla interior más optimista me animó a optar por ser prudente, aun a riesgo de parecer ingenua. Así que, con el tono sosegado de quien está acostumbrada a ganarse la vida con lo que ha estudiado, pedí algo más de información. Mientras tanto, oía chirriar el engranaje de mi cerebro, que intentaba rescatar recuerdos borrosos hasta dar con el momento exacto de mi vida en que hice algo para que mi número de teléfono llegara hasta la agenda de ese señor de la tele.
Al parecer, recibir esta oportunidad no fue del todo obra del azar. Quiero decir, Ferran no tecleó dígitos aleatorios con la esperanza de que descolgara un guionista. La realidad era aún más increíble: Ferran había oído hablar de mí.
Hacía más de un año, yo había hecho una prueba de guión para Minoría Absoluta. Una prueba a la que nunca recibí respuesta. Por eso, al momento, di por hecho el fracaso y me olvidé de ella. Pero, y ahí está lo maravilloso, la misma persona que nunca me respondió fue la misma que, un año más tarde, me recomendó a Ferran (mil gracias más, Roger), cuando supo que buscaba una guionista mujer y joven. Y hasta hoy. Porque aquí es donde interviene otro de los factores “suerte” del momento: parece ser que los guionistas con tetas estamos de moda (nos toca al fin equilibrar años de historia machista, chicas).
Ferran, sabiamente, buscaba guionistas cuyo perfil encajara con el tema de su proyecto. Desde hacía ya unos años, tenía en mente la idea producir una sitcom protagonizada por cuatro amigas y compañeras de piso, obviamente basada en el humor, y con un propósito muy original: establecer el baño del piso como único escenario de toda la serie, convirtiéndolo en un quinto protagonista. Su idea era dotar las anécdotas, historias, discusiones, secretos y vivencias de estas cuatro amigas de una intimidad especial.
Ferran no quería una típica “serie de chicas” creada por hombres con, además, un espacio que sirviera de excusa para exhibir a las actrices en ropa interior. Quería algo real, cercano, alejado de la parodia y de los manidos tópicos que infectan este tipo de escenarios. Quería guionistas que empatizaran con las protagonistas y, por ende, con su target igualmente joven y femenino. Así que, gracias a haber nacido con dos cromosomas X no mucho antes de los 2000, resulté ser una buena candidata. Lo dicho, suerte.
Al fin, sin saber muy bien cómo había llegado hasta ahí, ya en la productora, Ferran me presentó a las dos personas con quienes iba a trabajar para desarrollar su idea: Natalia y Francesc. Yo no sé cómo suelen ser las writer’s room de otras series (aunque me encantaría saberlo), pero dudo que pueda encontrar jamás compañeros de trabajo con quien encaje mejor.
Natalia Cerezo, mi entonces compañera y ahora amiga, estaba casi tan sorprendida como yo de estar ahí, pese a que ella sí tenía varios años de experiencia escribiendo. De hecho, en aquel momento, acababa de publicar En las Ciudades Escondidas (un libro de relatos precioso que recomiendo muy mucho). Pero, aunque yo era más novata, las dos encajábamos en ese perfil de “chica-guionista-joven”, ambas con maneras de trabajar muy distintas y, al mismo tiempo, complementarias. De Natalia destaco su vasta imaginación y su fino sentido de la poética.
Francesc Orteu, al contrario que Natalia y yo, ya había trabajado varias veces con Ferran. Él sí tenía experiencia como guionista. Tras atosigarlo a preguntas, me contó que había escrito (entre muchos otros) guiones para Las Tres Mellizas, los dibujos animados favoritos de mi infancia. Entonces aún no lo conocía demasiado, pero trabajar con él ya se había convertido en todo un honor.
Como guionista experimentado, le tocaba a Francesc el papel de coordinador. Aun así, desde el principio, prometió darnos libertad. Él estaba ahí, decía, para aportar sus años de experiencia, cohesión y sentido común al desparrame de creatividad que esperaba de nosotras. Prefería verse obligado a frenarnos a tener que darnos caña; una pauta que Natalia y yo nos tomamos al pie de la letra. Y aunque Francesc nunca se arrepintió de haber establecido esa directiva, el pobre tuvo mucho que pulir. Por ejemplo, por mi parte, me encantaba la idea de usar el espacio del baño para reivindicar la presencia en pantalla de un aseo femenino objetivo relacionado, entre otros, con la regla -que si compresas, copas menstruales, bragas machadas, tampones…-, y la depilación (o no), con su frondoso vello previo y sus posteriores rojeces. Y puede que, lo reconozco, me excediera un poquito en mi afán por ser realista. Por su parte, Natalia disfrutaba explorando el concepto de realismo mágico. Llegó a idear un bonsái decorativo que, de la noche a la mañana, crecía tanto que ocupaba el espacio entero del baño. Y, una vez, hasta nos llenó la bañera de pirañas.
Creo que hablo por las dos cuando digo que fue un placer y un alivio tener a Francesc de mediador. Pese a nuestras altas divagaciones, él nunca nos cortaba las alas. Al contrario, nos animaba al exceso y, lo mejor de todo, nunca nos juzgaba. Se convirtió en el punto de referencia; ese puerto seguro a la que regresábamos cada vez que tanta libertad nos mandaba demasiado lejos. Él nos escuchaba, nos leía, y se quedaba con lo mejor de cada una hasta elevar el conjunto a una potencia superior.
Siempre guardaré en la cajita más especial de mis recuerdos esos primeros encuentros en el café de Vía Augusta. Un mes antes de irme a Salamanca, Natalia, Francesc y yo quedábamos cada mañana para hablar de una serie que hicimos nuestra mientras desayunábamos. Ahí, entre capuchinos y tazas de té verde, nacieron Rosa, Alicia, Manu y Greta, con todas sus manías, virtudes y secretos.
Una vez empezado el máster, tuve que aprender a gestionar mi tiempo para poder darle a la serie la dedicación que merecía. Por suerte, no hay que esforzarse demasiado en encontrar el momento de hacer algo que te encanta. Aunque las horas de tecleo reales fueran -de media- unas cuatro al día, mi cerebro nunca descansaba. Pasé meses conviviendo con nuestras cuatro protagonistas. A cada acontecimiento insustancial de mi vida, imaginaba cómo habría reaccionado Greta en mi lugar. O Manu. Rosa o Alicia. La gente de mi alrededor alucinaba al verme sonreír sola. Casi llegué a sentir que eran reales, viejas conocidas. Que en cualquier momento podía coger el teléfono y mandarles un WhatsApp. Ni siquiera sé si esto es normal. Quiero decir, cuando decidí ser guionista, nadie me advirtió de la estrecha relación de esta profesión con la esquizofrenia.
Lo bueno es que, incluso a distancia, seguíamos funcionando con la misma energía, con ese mismo espíritu de equipo. Gracias a las directrices de Francesc, Natalia y yo nos nutríamos la una de la otra. Creo que, entre los tres, conseguimos dar con un estilo muy propio. Mejor o peor, no lo sé, pero único.
Otro momento maravilloso de este proceso fue conocer a las cuatro actrices que iban a encarnar a nuestras protagonistas. Cuando vimos los vídeos del casting, alucinamos. Laura Porta, Nuria Montes, Paula del Río y Sofía Coll eran respectivamente nuestras Manu, Rosa, Greta y Alicia. Eran ellas, tal cual, tal y como las habíamos imaginado durante meses. Y es que lo verdaderamente mágico fue que ninguno de nosotros -ni Francesc, ni Natalia, ni yo- habíamos intervenido en el proceso de selección. Para escogerlas, Ferran Cera se limitó a seguir nuestras indicaciones escritas. Nada más.
Fue una gran satisfacción para los tres guionistas comprobar que habíamos conseguido exportar fuera del papel cuatro personajes tan redondos, tan reales. Tanto que Ferran y su equipo, sin haber estado presentes en su concepción, habían entendido perfectamente quiénes eran, hasta trasladárselo a las propias actrices. Porque ahí estaban, nuestras creaciones, bien vivas. Puede que tanto entusiasmo me delate como novata. Pero es que ni el mismo Dr. Frankenstein, chavales.
Aun así, confieso que sí hubo cambios sustanciales entre lo escrito en papel y lo emitido posteriormente en pantalla. Como bien apunta Tirso Calero unos posts más abajo, en el proceso se pierde un cincuenta por ciento de lo escrito. Es así, es normal. El guión no deja de ser una guía, el esqueleto, el punto de partida de un producto final (eso también lo oímos mucho en el máster). Pero, por suerte, sí se mantiene prácticamente el cien por cien de la esencia. Al menos, en este caso.
En las segundas versiones del guión, además de adaptarse a las peticiones y sugerencias de Ferran Cera y TVE Catalunya, intervinieron Miguel Torrente, el productor ejecutivo, Carol Rodríguez, una de las dos directoras y su hermana, Marina Rodríguez, guionista de profesión. Entre todos, dimos forma a lo que hoy es una realidad: Bany Compartit.
Sinceramente, no sé qué va a pasar ahora. Solo sé que me siento agradecida. Por la oportunidad, por la experiencia, por estas primeras emociones que solo se sienten una vez, como las de un primer beso. No mucha gente de mi edad se financia un máster de guión con un trabajo de guionista. He tenido mucha suerte, una suerte que apreciaré toda mi vida, aunque esto no garantice mi futuro. Ahora, supongo, queda esperar. Esperar a que esta primera temporada lleve a una segunda, esta segunda a una tercera, la tercera a una cuarta… quién sabe.
Lo que sí tengo claro es que, mientras espero, toca seguir trabajando. Formándose. En definitiva, toca hacer lo posible para favorecer la suerte de que un/a productor/a, de nuevo, se atreva a confiar en mí. Ahora ya puedo creer en imposibles. Y siempre que recibo la llamada de un número desconocido, descuelgo con mucho más entusiasmo.