Se enfrentó a los dueños del diario, a los periodistas más veteranos y a los poderes fácticos. Y perdió la guerra. Pero aún le quedaba una bala en la recámara: contarlo todo en un libro y convertirlo en un súper ventas.
Acabamos de saber que Fremantle ha comprado los derechos para adaptar El Director a serie. Y no es de extrañar. El periplo de David Jiménez en el diario El mundo parece responder paso por paso al viaje del héroe. Y el libro lo edita Libros del KO, la editorial de Fariña, otro libro de no ficción que se convirtió en una de las series más destacadas de los últimos años.
Algunos de sus antiguos compañeros en el diario El mundo se escandalizaron cuando supieron que iba a publicar el libro. ¿Qué esperaban de un tipo que se había pasado media vida como corresponsal en guerras y revoluciones? Ahora deben estar tirándose de los pelos ante la idea de verse encarnados por actores en una serie… previsiblemente de alcance mundial.
Estuve en la presentación del libro en Madrid, el pasado mes de abril. El acto tuvo forma de entrevista. La mítica Rosa María Calaf llevó la batuta, y David Jiménez ejecutó una faena que se adivinaba bien preparada. Ninguna respuesta parecía dejada a la improvisación. Cada gesto, cada inflexión de la voz, estaban pensadas. Los haters dirán que el actor sobreactuó un poco, pero al texto no se le pueden poner muchos reproches.
El protagonista del libro es un héroe redondo: un periodista de raza, curtido en mil batallas, que lleva veinte años en el fregao, sin pisar una redacción; un tipo que “llegó a dejar a medias su luna de miel para irse a cubrir un conflicto”, de pronto recibe la oferta de cambiar la libreta de notas por un traje y una corbata y meterse en un despacho a dirigir el periódico. Y acepta. El hombre de acción, con sus botas manchadas de barro de medio mundo, acepta volver a Madrid a pisar moquetas. ¿Por qué?
“Me dijeron que el diario estaba atravesando un mal momento y pensé que a lo mejor podría ayudar. Sabía que no soy buen gestor, pero tenía una ventaja: no le debía favores a nadie, y no me importaba si me echaban a los tres días”.
Una de las críticas más habituales contra Jiménez apunta a su ingenuidad. ¿De verdad se creía que podía enfrentarse con el poder y salir victorioso? Rosa María Calaf no le ahorró esa pregunta. Y Jiménez tampoco intentó esquivarla (al contrario: ahí reside gran parte del potencial dramático del libro).
“Hay gente que piensa que soy un romántico idiota por pensar que yo solo iba a cambiar nada. Pero también hay quien me dice menos mal que queda gente que cree en que algo puede cambiar. Yo sí creo que hay esperanza. He estado dando clase hace poco y en la Universidad he visto gente con ideales, con ganas de hacer las cosas bien. Yo espero no matar ese idealismo con este libro, pero tampoco creo que deban llegar al oficio llenos de fantasías. Espero que este libro sea una guía para esos estudiantes de Periodismo idealistas”.
Como guionista, yo veo aquí mandanga de la buena para un protagonista. Esa mezcla de arrojo e ingenuidad, de ambición y altruismo, me recuerda a algunos de los personajes clásicos de James Stewart. Por ejemplo, el “Ransom Stoddard, attorney at law” de El hombre que mató a Liberty Valance.
Entre los compañeros de Jiménez hay “mucho cabreado y con razón”, en palabras del propio autor. Se ha visto El director como una traición. Pero Jiménez asegura que sólo ha querido “hacer una crítica constructiva. Si queremos cambiar lo que está mal en el periodismo, lo primero es contarlo”.
Es un argumento incontestable, al menos en boca de un periodista, cuyo oficio consiste precisamente en eso, en informar de lo que ve, especialmente de lo que está mal.
“A los compañeros de El Mundo que me critican les diría: ¿Tanto daño he hecho contando lo que he visto? ¿No es eso a lo que nos dedicamos? ¿Es este libro el gran problema del periódico? ¿No son los directivos de las plantas superiores los que hacen el verdadero daño al periódico? ¿Cuándo vamos a decir basta los periodistas, como lo hacen los de TVE?”
Está claro que David Jiménez ya preveía estas críticas e incluso las amenazas de querella que ha recibido. Y se ha curado en salud.
“Hay cincuenta y pico páginas que se quedaron fuera. Porque, en caso de problemas, quería poder demostrarlo todo. He usado pseudónimos para proteger de cara al público a la gente que sigue trabajando en El mundo. Y me cuentan que el libro ha tenido bastante éxito en la propia redacción, y que algunos compañeros ya llaman a esas personas por el pseudónimo que tienen en el libro”.

Pero más allá de estar cubierto ante posibles consecuencias legales, publicar un libro como El director, en el que el autor no hace prisioneros, en el que cuenta cosas que no habría presenciado si hubiera avisado que pensabas contarlas algún día, sin duda ha debido de tener un coste personal importante. Puede que los más fieles de sus compañeros le agradezcan el libro y aplaudan su valor, pero ¿cuántas amistades se habrán sentido traicionadas? Y por otro lado, ¿cuántas puertas se habrá cerrado, profesionalmente hablando, alguien que desvela tantos secretos del gremio?
“Cuando gané el litigio contra El mundo me despidieron de todas partes donde era colaborador, me cancelaron conferencias, y aparecieron noticias-basura sobre mí en los confidenciales. Intentan desprestigiarte. Pero lo asumo. No me importa. No esperaba flores ni bombones de la prensa más corrupta del país. Hay quien viene al periodismo a hacer amigos y hay quien viene a hacer periodismo sin importarle que le salgan enemigos. Yo soy de los últimos. Hay cosas que deben hacerse, aun sabiendo que te vas a ganar enemigos. También es cierto que yo me lo puedo permitir. Tengo la suerte de contar con buena posición económicas. Me he ganado bien la vida durante veinte años. No se le puede pedir un libro como este a un periodista que sobrevive con ochocientos euros al mes. Volvería a escribir este libro… y volvería a aceptar la dirección, ahora que estoy más preparado”.
Personalmente, leí el libro con gran interés. Y en cuanto a la ingenuidad o fatuidad de David Jiménez al aceptar un puesto para el que quizá no estaba preparado, prefiero no opinar. Ya hay bastantes críticas ad hominem. Como guionista, me interesa más analizar los hechos desde un punto de vista dramático que hacer un juicio moral o intelectual.
Y desde el punto de vista dramático la situación de partida es fascinante. Más incluso si el protagonista fuese en realidad un tipo fatuo. Encantado de haberse conocido. Pongamos que en esos veinte años lejos de las intrigas de la redacción haya cultivado una cierta superioridad moral. Porque nunca ha hecho pasillo ni mendigado un ascenso. ¿No es interesante como planteamiento dramático el imaginar a los jefazos de Unidad Editorial eligiéndole precisamente por eso? ¿No es interesante imaginar a Antonio Fernández Galiano como un Francis Underwood? Eligiendo a Jiménez precisamente porque el cargo le queda grande. “Mientras le dejemos publicar reportajes duros y exclusivas polémicas, podremos mangonearle como queramos, porque no tiene ni idea de política y no las va a ver venir”.

El giro de guión viene cuando Jiménez no se deja mangonear. Entra al trapo a las primeras de cambio. Veinte años cubriendo guerras es lo que tienen: te acostumbras a buscar las guerras. Y si no hay ninguna, montas una.
Es posible que David Jiménez no haya cambiado las cosas. Es posible que este libro y la serie resultante tampoco cambien la sociedad. Pero se agradece encontrarse con un título bien editado y publicitado donde se retrata con todo detalle cómo el poder político intenta (y consigue) dominar al periodismo. Donde se radiografía el cáncer terminal de la prensa de papel y del periodismo serio en los tiempos del clickbait.
“Con la crisis económica, el poder olió la fragilidad de la prensa y lanzó una gran ofensiva. La pugna por controlar a la prensa viene de muy lejos, pero ahora la batalla ha terminado, y la prensa ha salido derrotada”.
El libro es duro, pero no descorazonador. Y si el lector prescinde de hacer valoraciones personales sobre su autor, puede encontrar en sus páginas el material argumental para una serie memorable. Sólo por el capítulo dedicado a la jornada de huelga en la que sacan adelante una edición de El mundo entre tres personas, en mitad de una redacción vacía, merece la pena adaptarlo a serie. Pero ¿está preparada España para algo así? Ojalá alguna jueza de pueblo con ganas de ser el centro de atención secuestrase El director, como pasó con Fariña. Podría ser la serie del año.
Texto de Sergio Barrejón. Fotografías de Kacho C