“En 1991, varios teatros estaban valorando la posibilidad de producir mi obra Spike Heels. Estuvo a punto de ocurrir varias veces, pero por aquel entonces nadie había oído hablar de mí, y a los productores les asustaba arriesgarse con un autor desconocido, y especialmente con una autora desconocida.
“Una productora rechazó la obra porque, según le dijo a mi agente, “Frank Rich jamás escribirá una crítica positiva de una obra feminista”. Me sorprendió bastante enterarme de esto, porque resulta que yo no sabía que había escrito “una obra feminista”. Lo que yo creía que estaba haciendo, lo que estaba intentando hacer, era volver a contar la historia de Pygmalion con un enfoque contemporáneo, cómico y siniestro. Hay un episodio de acoso sexual en el corazón de la obra, pero no pensé que escribir sobre un acoso sexual fuese un acto particularmente feminista. Habiendo sufrido yo misma acoso sexual, pensaba que era una más de entre el amplio abanico de experiencias humanas. En mi opinión, el poder, el dinero y el sexo eran temas sobre los que escribir, igual que escribimos sobre la muerte, el amor o la traición.
Pero mi trabajo, que por aquel entonces yo consideraba que era claramente comedia realista, era etiquetado cada vez con más frecuencia como “feminista”. La gente pensaba que yo estaba haciendo, o una gran declaración de principios políticos; básicamente lo que yo intentaba hacer era escribir sobre lo que sabía, sobre lo que significa para una persona (yo) ser mujer a finales del siglo XX en Estados Unidos.
(…)
Soy feminista en la medida en que creo que las mujeres son tan plenamente humanas como los hombres y que sus experiencias son tan interesantes en escena, y tan significativas, como las de los hombres. Opino que igual que existe el viaje del héroe existe el de la heroína. Y creo que, por norma, las mujeres son tan imperfectas como los hombres. Me interesa escribir sobre la forma en que ambos géneros cometen errores y sobre las formas en que maduramos, o no lo hacemos.
Lamentablemente, como vivimos en un mundo sexista, algunas de las personas que se autodenominan protectores de la cultura siguen percibiendo estas creencias como radicales y peligrosas. La respuesta de Frank Rich a Spike Heels, básicamente una comedia negra sobre el sexo y el poder que gira en torno a un episodio de acoso sexual, fue etiquetarla como confidencias de alcoba. Obviamente, él no había entendido la obra y la despachó como una menudencia sin importancia. Cuatro meses después, cuando estrenaron Oleanna, Rich escribió “por fin una obra sobre el acoso sexual”. Se ve que cuando una mujer escribe sobre un episodio de acoso sexual real, son confidencias de alcoba; cuando un hombre escribe sobre una mujer que miente acerca del acoso sexual, es una aguda reflexión.
No podía evitar preguntarme por qué mis secretas motivaciones feministas eran un problema, pero no pasaba nada si el señor Mamet tenía una secreta motivación misógina. Es una duda que todavía me corroe. Con el paso de los años cada vez me resulta más evidente la incomodidad de los críticos con las dramaturgas y aquello sobre lo que eligen escribir. Un crítico (hombre) de hecho aprovechó su crítica de mi obra Loose Knit para explicarme, a mí y a todas las dramaturgas, qué temas serían más apropiados para que las mujeres escribieran sobre ellos. A muchos de mis amigos, cuando leyeron aquello, les indignó ese descarado y arrogante paternalismo; mucha gente me llamó para decirme lo injusto que era aquello. Ahora, años después, me provoca risa. ¿Qué le vamos a hacer?
Las cosas van cambiando, poco a poco. Este año (1998), el Tony y el Pulitzer a la mejor obra de teatro lo han ganado sendas escritoras. Mientras tanto, la semana pasada, una productora me regañó cariñosamente por escribir obras satíricas. “Te hace parecer muy enfadada”, me dijo. Yo le hice notar que el enfado no es algo necesariamente malo para escribir. Dickens estaba enfadado. Sheridan estaba enfadado. Shaw estaba enfadado. Osborne estaba enfadado; Mamet está enfadado. Angels in America, la obra más celebrada de mi generación, es una obra llena de ira. La productora se encogió de hombros; otra vez no me estaba enterando. Por lo visto, si los hombres se muestran enfadados, es cultura, pero el enfado de una mujer es otra cosa totalmente distinta”.
REBECK, THERESA: “The Complete Plays, vol. 1: 1989-1998“. Prólogo. Páginas 2-3.
Traducido por Sergio Barrejón.