LA REALIDAD

Por Daniela Fejerman y Alejo Flah.

¿Dónde acaba la realidad y dónde empieza la ficción?

A veces el cine es un punto medio entre una historia ficticia y la realidad. Uno comienza con el género, que es ficción, y se mueve gradualmente hacia la realidad. O todo lo contrario: empieza desde la realidad y se mueve hacia la ficción. En algún lugar intermedio uno encuentra la película.

Nos da por pensar esto ante el estreno de ‘La Adopción’ la película que escribimos de forma conjunta (y que es la cuarta película de Daniela como directora). La historia surge de la propia experiencia de Daniela en un proceso de adopción en Ucrania. Antes, durante (en las largas conversaciones que manteníamos por skype) y (sobre todo) después ambos tuvimos la sensación de que en esa historia “había una película”.

En parte por todas las experiencias que tuvo Daniela en ese proceso: lo que vivió, pero también lo que escuchó allí mismo de otras historias. Pero sobre todo porque sentíamos que nos interesaba contar la historia de una pareja ante una situación adversa. Nuevamente: de la realidad al género. ¿Qué pasa en el amor de una pareja, en el deseo de formar una familia, si se enfrentan de manera conjunta a un oscuro entramado de intereses?

O, por decirlo, de forma narrativa: ¿Cómo contar un thriller en el terreno de la intimidad?

Ahí estaba el punto de partida. En ese delicado equilibrio entre lo real y el género. Y durante todo el proceso de escritura esa fue la vara con la que medir todo el material: si era muy “peliculero” se quedada fuera. Si tenía un anclaje real, pero no colaboraba en nuestra trama, también. Descartamos hechos de la realidad que parecían concebidos por un guionista, desarrollamos e inventamos giros de la trama a partir de elementos que en la realidad apenas habían sido insinuados, condensamos historias que nos habían contado porque lo que nos importaba era en qué momento de nuestra película estaban y qué función cumplían…

A ver si somos capaces de reconstruir para vosotros parte de este proceso:

Teníamos, por un lado, la narración de la experiencia de Daniela. Las que fue haciendo “en caliente”, y sus recuerdos, todavía cercanos. También contábamos con una narración por escrito que había ido haciendo su marido durante todo el proceso en Ucrania. Era un relato objetivo de los hechos, con voluntad casi notarial, descarnado y directo. Y luego había otras historias: las que habían contado a Daniela antes de viajar, las que se encontró allí…

El hilo conductor fue la propia experiencia de Daniela: tanto en la narración del ”procedimiento” de adopción, como en la forma en que los personajes descubren el turbio entramado de corrupción que rodea el asunto, como en la forma de enfrentarse a él, seguimos los pasos de la historia real que ella vivió: era nuestra guía siempre que estábamos perdidos. También en el relato crudo de la crisis de la pareja. Pero extremando los conflictos y la alternancia de roles entre ambos protagonistas.

Una de las historias que nos habían narrado, la del encuentro con un niño que luego resulta estar gravísimamente enfermo, la recogimos en el primer acto. En la realidad había sido mucho más cruda de lo que nosotros reflejamos en el guión: la pareja conoció a un niño, estuvo con él varios días, y sólo después un médico de España levantó la alarma, viendo unas fotografías. Pero nosotros estábamos al comienzo de nuestra historia, y este movimiento debía de ser un primer revés, no el golpe definitivo. “Rebajamos” la intensidad de la historia para que cumpliera su función en nuestra trama.

Descartamos, por ejemplo, una última vuelta de tuerca de la realidad, la “compra” de un pasaporte falso para que el niño pueda salir del país, con recorrido por recónditos pasillos de dependencias policiales y comisario gordo con reloj de oro incluido, porque nos parecía que a esas alturas de nuestra historia (el final) ya sólo nos quedaba dejar escapar a nuestros personajes…

En fin, que nos comportamos como cualquier guionista, montando nuestro puzzle, recortando piezas, dándoles forma, encajándolas, pensando siempre en la progresión y el crescendo de nuestra historia.

Ya lo dice Mamet en ‘Los tres usos del cuchillo’: “en el drama, como en los sueños, el hecho de que algo sea ‘verdad’ es irrelevante y nos interesa sólo si está relacionado con la búsqueda del protagonista”.

En las primeras fases de escritura del guión, creemos ahora, contábamos esta búsqueda de nuestros protagonistas de forma un tanto claustrofóbica. Había mucho encierro, mucho diálogo, una concepción un tanto teatral de las escenas y del desarrollo de la trama. Alguien nos lo hizo notar (¡qué necesario es contar con buenos lectores que arrojen luz sobre los puntos débiles en estas fases iniciales de escritura…!) En sucesivas versiones nos encargamos de sacarles “fuera”, de arrojarles muchas veces a las calles heladas a confrontarse con sus oponentes: fuimos poniendo “en acción” lo que antes sólo aparecía reflejado en la palabra. Una bronca final entre los protagonistas después de la cual el desaparecía se convirtió en una búsqueda nocturna de ella por las calles heladas de una remota ciudad…

Un elemento que también potenciamos en las últimas versiones fue el humor. Nos dijeron, y nos dimos cuenta, que los personajes necesitaban algún pequeño respiro. Y añadimos un par de secuencias en las que, orgánicamente (o eso intentamos) lo buscaran. Humor desgraciado, pero humor al fin.

Estos tejemanejes y tensiones entre realidad y ficción los resume muy bien Natalia Ginzburg al hablar de su intención a propósito de su novela ‘Léxico familiar’:

“Aunque esté basado en hechos reales, me gusta pensar que ‘Léxico familiar’ va a leerse como una novela, pidiéndole a este libro todo lo que solemos pedir a la ficción”.

Estas mismas palabras podríamos aplicarlas a ‘La adopción’.

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