Entrevista: Alberto Pérez Castaños.
Fotos: Héctor Beltrán.
El pasado lunes se estrenó, en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, ‘Amama’, de Asier Altuna. ‘Amama’ (abuela, en euskera) es una historia sobre la tradición y la familia y lo que ocurre cuando dos mundos diferentes chocan inevitablemente entre sí. La película, rodada en euskera, está ambientada en un caserío y protagonizada por Tomás (Kandido Uranga) y su hija Amaia (Iraia Elias). Tomás y Amaia son muy distintos; mientras el primero no conoce otra forma de vida que el trabajo duro y la tierra, la segunda ha decidido salir al “mundo exterior” y dedicarse al arte. Según la tradición, los hijos deben seguir manteniendo en marcha el caserío, pero los tiempos cambian y ni Amaia ni los otros dos hijos de Tomás parecen por la labor de hacerse cargo.
Asier Altuna –junto a Telmo Esnal, coguionista de ‘Amama’– estuvo nominado al Goya al Mejor Director Novel con su comedia ‘Aupa Etxebeste!’ en el año 2005. Seis años más tarde rodó el documental ‘Bertsolari’. ‘Amama’ es su tercer largometraje.

El director y guionista de ‘Amama’, Asier Altuna.
En la rueda de prensa comentaste que en el proceso de escritura del guión de ‘Amama’ también han estado implicados Telmo Esnal y Michel Gaztambide. Me gustaría que empezaras contando cómo fue la aportación de cada uno…
La película, hasta tener la primera versión, la he escrito yo solo. En un momento dado le empecé a pasar a Michel Gaztambide las versiones que iba haciendo para que me diera su opinión. El leía la versión que yo le había mandado y quedábamos para tomar un café. Michel venía con unas notas y me iba sugiriendo cosas. Luego, hacia el final, cuando faltaban seis meses para empezar a rodar, le comenté a Telmo Esnal si le dábamos el último arreón al guión juntos. Él iba a ser el ayudante de dirección de la película y estuvimos trabajando juntos en las tres últimas versiones. Michel siempre estaba de consejero. La verdad es que era un lujo, ya solo tomar un café con Michel es un placer. Por su parte, Telmo tiene una capacidad visual muy importante, y estructura muy bien las secuencias. He estado rodeado de muy buenos compañeros y cuando llegamos a rodaje el guión estaba muy pulido y muy trabajado. Los mismos técnicos que leían el guión ya decían que ahí había algo, incluso hubo gente que llegó emocionarse solo con el guión y eso es una cosa que nunca me había pasado. Bueno, alguna vez sí que me había pasado porque yo antes trabajaba de técnico y algún guión sí que me llegó a emocionar.
El retrato de la tradición familiar y de los caseríos vascos está contado de manera muy veraz, ¿llegaste a vivir en un escenario así?
Es un mundo que conozco muy de cerca. Nací y estuve viviendo hasta los dieciocho años en un caserío. En todo lo que íbamos ambientando se respiraba realidad. Es una atmósfera que conozco muchísimo, la misma imagen de la abuela en la cocina, yo eso lo he vivido y visto en mi caserío. De hecho, ese caserío es real. No hay cartón piedra, pones un tiro de cámara y hasta una puerta, el tejado, todo te cuenta cosas. No hay casi nada manipulado y eso ayuda mucho a que respire realismo.
Además, yo tengo un proceso de trabajo en el que las historias están muy abiertas. El hacer una película localizada en un mundo rural y que contara un poco el cambio generacional la tenía en mente desde hace mucho tiempo. Incluso llegué a escribir una historia que trataba el mismo tema desde un punto de vista de comedia. Y es una película que casi se llegó a hacer pero nunca conseguí financiación y menos mal, porque creo que, al final, el poder rodar ‘Amama’ ahora ha sido un acierto. Ha llegado en un momento en el que me encuentro bien, seguro y ya con una serie de películas que ya he hecho, además de muchos cortos. Me sentía bien y seguro para afrontar está historia, ha sido una gozada.
‘Amama’ tiene dos protagonistas claros: Tomás, el padre de familia, trabajador incansable del caserío, y Amaia, hija de Tomás y artista. Durante la película cambia el punto de vista de un personaje al otro. Es una decisión poco habitual y un poco arriesgada, ¿no?
Sí, de hecho, de alguna manera cuando acaba el punto de vista de Tomás se podía acabar la película. No es una película convencional. El punto de vista de Amaia es tan visual, tan rico en movimientos de cámara, en música, diálogos y voz en off, que de alguna manera era una forma sencilla de meterme en la película y ser un trampolín. También, a la hora de montar, la primera parte de ‘Amama’ cambió mucho. Al final, el guión se escribió en montaje. Lo que nunca he tocado en guión es la parte de Tomás. En cambio, respecto al punto de vista de Tomás siempre me acuerdo de que comentaba con Telmo que nunca lo tocábamos porque era una parte tan visual, sin diálogos y sencilla que no había nada que hacer. Queríamos que trabajara con las manos y ver su evolución de una manera lenta, sin movimientos, sin palabras. Era una cosa casi documental. La de Tomás es la parte que más me gusta. Siempre ha sido una parte, como decíamos Telmo y yo, de secuencias inamovibles. Cuando vas escribiendo te das cuenta de que algunas secuencias no se van a mover porque tienen algo que las hace potentes.

Asier Altuna con parte del elenco de ‘Amama’ en la rueda de prensa.
¿Cómo fue esa reescritura en montaje de la primera parte que comentas? ¿Cuándo te diste cuenta de que había que reescribirla?
Sobre todo, en la primera parte había más diálogos, se narraba de una manera más concreta la partida del hijo que se iba, de Gaizka, y en montaje lo que hice fue narrarlo de una manera más austera, con elipsis, y puse más énfasis en que el punto de vista fuera de Amaia todo el rato. Que tuviera voz en off y que cuando te olvidas de la voz en off, otra vez te llegue para no perder el punto de vista de Amaia. Creo que ayudaba mucho más a entrar en la película.
Como el caserío está situado en un lugar de naturaleza total, rodeado de bosques maravillosos, tuve la suerte de plantear el rodaje en verano, con luz y mucho verde, y acabar en invierno. Esa fue la idea y planteamos la peli en dos partes. En julio grabamos una semana, y la segunda parte en octubre durante seis semanas. Ese parón me vino bien para, sobre todo, montar y revalorar el guión y reescribir. Cambié diálogos, quité secuencias enteras y eso fue lo que me salvó la peli, creo. Además, como estaba trabajando con algunos actores no profesionales, ese parón también les vino bien para madurar de alguna manera.
Has escrito un guión con pocos diálogos, en el que los personajes se expresan o bien con su propia personalidad y con su trabajo, como Tomás, o con el arte, como Amaia, ¿fue un objetivo desde el principio?
Fue un proceso bastante natural. Siempre pasa, cuando empiezas a escribir un guión, que te da mucho miedo quitar información, te da miedo que no llegue o no se entienda lo que quieres decir. En las primeras versiones tendemos a contarlo todo con diálogos muy informativos. Yo creo que lo más importante de un guión es cómo consigues cambiar un diálogo por un planito para contar lo mismo, que ese detalle resuene en la cabeza del espectador. Le estás dando la información, además, sin que se dé cuenta. Ahí está el secreto. Me parece uno de los ejercicios más bonitos de guión. Es un proceso que nunca se acaba, siempre está vivo. Con un cambio de plano en montaje puedes contar lo mismo de manera diferente. Es una maravilla, la película está viva hasta que pones el último título de crédito.
Para conseguir que esos personajes puedan decir mucho sin hablar tienen que ser muy potentes, y eso también requiere un trabajo de guión importante…
Por supuesto. Es parte del guión. El personaje de Tomás es uno de los que más claros tenía desde el principio porque su punto de vista es el que más me pone. Ver cómo ese señor está viviendo una crisis enorme y todo en lo que él cree se desvanece. Ese personaje tenía que ser así: callado, duro… Ahora veo la película e incluso me parece que está un poco pasadito, demasiado fuerte y metiéndole mucha caña a su hija. Pero, a la vez, como lo pones a ese nivel de rudeza, cuando ves que empieza a trabajar con las manos y que tiene sensibilidad y su corazoncito es una maravilla.
Creo que es un acierto que hayas mostrado los dos puntos de vista sin llegar a posicionarte en ninguno como autor, sin poner uno por encima del otro…
Porque yo creo que, de alguna manera, ambos puntos de vista tienen razón. Por ejemplo, Tomás, es un señor que no ha vivido otro mundo que el del caserío, no se le puede pedir que, de repente, le diga a alguien “lo siento”, no es su estilo, no puedes pedirle que no sea él. Sin embargo, termina dando un giro, siguiendo en su posición pero aceptando que el mundo ha cambiado y que él ha cambiado con él, pero sin renunciar a su forma de ser. Me parece que eso pone al personaje en un lugar bonito.
El arte también tiene un papel muy importante en ‘Amama’. ¿Lo has utilizado como herramienta para distanciar a los dos personajes lo máximo posible?
No lo he usado para separarlos. El arte y que Amaia sea artista y mujer me parecía que era una manera de tener un espacio para experimentar un montón de imágenes que me apetecía meter. Sin embargo, creo que de alguna manera Tomás también es un artista. Si entendemos el arte como una “pose”, como la de Amaia al principio, con esas fotos modernas, vale. Pero la artesanía de Tomás también es arte cuando sirve para la vida. Que lo que hace con sus propias manos sea capaz de emocionarte es arte puro. La película también sirve sobre reflexión sobre ese tema.
Además, tú también has llevado a cabo una realización muy artística, muy plástica y con imágenes de mucho peso dramático…
Es un lenguaje que llevo muchos años trabajando con los cortos. Es un mundo que me atrae muchísimo, son imágenes que me vienen cuando estoy trabajando en un guión y no me las puedo quitar de la cabeza. Normalmente suelen ser muy surrealistas e intento terminar rodándolas. Por mi parte ha sido un poco arriesgado enfrentarme a un largometraje buscando el equilibrio con ese otro mundo un poco más onírico o metafórico. Pero por otro lado estoy contento, porque me da mucho juego y mucha vida.
Entrevista realizada con el apoyo de DAMA.