Por Alejandro Pérez.
¿Conoces el humor involuntario de Jiménez Losantos? Ya sabes, cuando retuerce un argumento hasta el imposible con tal de que quede a su favor, o cuando ignora hechos abrumadores y se centra en minucias a las que les da una importancia enorme. O cuando adereza todo lo que dice con un patriotismo sesgado que convierte a todos sus detractores en ETA. No es el único en España que hace eso (las portadas de La Razón), ni en el mundo (Fox News, Rush Limbaugh). De hecho, se mueve dentro de un patrón bastante concreto y predecible.
The Colbert Report es una parodia de todo eso. Media hora diaria de un humorista metido en ese personaje. Lo más parecido que ha habido en España es Wyoming cuando iniciaba el viejo Caiga Quien Caiga haciendo de magnate facha.
Stephen Colbert ha presentado The Colbert Report durante 9 años, y lo termina hoy, jueves, porque la CBS le ha fichado para sustituir a David Letterman, que se jubila en 2015.
He sido público de televisión cuatro veces: El Caiga Quien Caiga de Wyoming, el último Un, Dos, Tres, el intento de Saturday Night Live que se hizo en España y The Colbert Report.
¿Qué hacía yo viendo a Colbert en vivo? Corría el otoño de 2007 y unos amigos fuimos de vacaciones a Estados Unidos. Tras una semana apretados en un coche, al llegar a Nueva York lo primero que hicimos fue separarnos, cada uno a ver las cosas que le interesaran sólo a él. Así que me fui de público al programa, a ver qué pasaba, con toda la ilusión del mundo.
Si quieres ser público de la tele americana, la cosa funciona así: puedes llamar a un teléfono para pedir plaza en alguna fecha concreta. Si no llamas, no está todo perdido, todavía puedes acercarte al estudio a hacer cola. Si no se llena el cupo de reservas, dejan pasar a los de la cola en orden. En otras palabras, no tiene sentido ir a hacer cola cuando va una superestrella porque será imposible entrar. Tuve la suerte de que justo ese día iba alguien con pocos fans (un escritor de LIBROS).
En este programa tenían reserva unas 65 personas, así que las entradas de la cola empezaron a contar a partir de la 66.
Es gratis. Es divertido. Es corto. Si no fuera todo eso, no tendrían público voluntario. Y lo necesitan. Si el público consiste en fans que disfrutan de lo que le dan, la risa funciona mejor.
Tuve que hacer aproximadamente una hora y media de cola. Llegué de los primeros. Fue fácil entablar conversación con los demás, todos éramos fans. Y casi todos éramos turistas, aunque yo era el único extranjero. El programa se grababa normalmente a las 18:30, ese día fue algo más tarde. Escuché dos razones en la cola: una, el Daily Show (programa hermano que se emite media hora antes) tenía que grabar algo más de lo normal, y como comparte algunos miembros del equipo técnico, no podían llegar a tiempo. Y la otra, que mientras nosotros esperábamos, Colbert estaba dentro haciendo el ensayo general y los guionistas tenían que cambiar alguna cosa, o tal vez había llegado una noticia de última hora.
Entramos en grupos de 20 a una sala por un detector de metales. En cuanto cruzaron los últimos, un coordinador se subió de un salto a una mesa, para sorpresa de todos, a darnos las primeras instrucciones: que si apagar los móviles y las cámaras, que si os dirán filas a medida que entréis, que ya veréis qué bien os lo pasáis, etc.
Lo más interesante es que recurrió al humor, como si fuera un discurso preparadísimo, destinado no sólo a dejar las cosas muy claras, también a crear una impresión. Y encima, el agente de seguridad que controlaba el detector metió un chiste al final del speech del coordinador. Todos eran muy amables.
Antes de apagar la cámara tuve tiempo de sacar una foto al contrato que aceptabas en el momento de cruzar la puerta del escenario. No firmamos ninguna cesión de imagen.
Una vez dentro, el coordinador se fue a por el siguiente grupo mientras otro par de encargados nos fueron repartiendo por filas. Por supuesto, el decorado es mucho más pequeño de lo que parece por la tele; todos los que saben un mínimo de fotografía lo entienden. Al entrar estaban ya dentro esos 65 que habían reservado. No les habíamos visto entrar, tampoco a Colbert o a prácticamente nadie del equipo que no gestionara la cola. Sonaba de fondo una música bastante cañera. Estaba claro que querían tenernos muy despiertos.
Y entonces salió el telonero/animador que en inglés llaman “warm up comedian”, o cómico encargado de calentar motores. Micro en mano, nos contó con mucho humor la historia del programa y fue improvisando chistes sobre el aspecto de los miembros del público. Muy ágil y con bastantes tacos. Estuvo unos 15 minutos con nosotros, desde que el escenario estaba a medias hasta que terminó de llenarse. Y presentó a varios empleados del programa. Un cámara gordo de 60 años le hizo una réplica que levantó las carcajadas de todo el público. La tenía preparadísima. Entre su animación, nos metió ese punto competitivo tan americano: “El público del miércoles pasado fue horrible, a ver si vosotros lo superáis”. También nos dijo que en breve iba a entrar Stephen Colbert, pero no para grabar:
“Colbert va a salir a saludaros antes del programa. Recordad que necesita vuestro cariño. El público es la gasolina de un cómico y ahora tiene que activar sus neuronas. Id pensado preguntas para él. Preguntas de todo tipo, personales, de actualidad, sobre vosotros o sobre él, dudas existenciales, lo que queráis.”
Y apareció Colbert, fuera de personaje. Nunca le había visto fuera de personaje, salvo en brevísimas apariciones en otros programas. Aplausos. “¡Guardadlos para la grabación!”
Colbert haciendo el programa con el set de aquella época. ¡Los leds del suelo son pegatinas bien iluminadas!
La primera pregunta que le hicieron fue “soy mujer, latina, inmigrante. ¿Qué puedo hacer para salir adelante en Nueva York?” Él la bajó del público y se sacó una foto con ella (es una combinación de dos viejos gags que tiene, la foto y el empujón que da a los que visitan el programa). No dijo una sola palabra, pero todo el público lo entendió y la complicidad quedó patente desde ese momento. La segunda pregunta fue sobre alguna diferencia entre su personaje y él, qué opinaba sobre algún tema concreto. Su respuesta fue un juego de palabras que valdría para evadir casi todas las preguntas del mundo (algo tipo “acaso sé que opino que creo que desprecio la idea de rechazar que todo no sea así, sino todo lo contrario”).
Y así continuó su calentamiento, paralelo al nuestro. Hubo un pequeño debate sobre temas actuales, sobre su carrera… Jon Stewart, el presentador del Daily Show, suele empezar su programa con improvisaciones como “Bienvenidos al Daily Show y, por cierto, si algún día necesitáis un dentista en Kansas…” y el público rompe en carcajadas, mientras que el televidente no tiene ni idea de lo que está oyendo. Por supuesto, es un guiño a los que están allí para alcanzar la cima de la complicidad. Un miembro del público le ha debido de contar minutos antes que es de Kansas y dentista, o que le duele una muela por culpa de un dentista con acento marcado… Stewart lo hace casi todos los días. Colbert lo hace muy poco, a no ser que tenga un gran chiste en la cabeza. Tengo la sensación de que es porque a Colbert le cuesta mucho menos ganarse a la gente, por su personalidad arrolladora.
Los presentadores, en ese momento, tienen un subidón de adrenalina gigantesco, demasiado para seguir un guión. Un amigo que fue a ver a Jay Leno me asegura que ésos son los únicos momentos en los que le vio genuinamente feliz, hablando con su público con una libertad, mucho mayor que cuando se enciende la luz roja. De hecho, uno de los temas recurrentes de Colbert, poco antes de ir yo, fue que se había roto una muñeca y creó una parodia de ONG sobre la conciencia de tener una muñeca izquierda al final del brazo. A lo largo de los meses también una parodia del proceso de adicción a los calmantes y la posterior desintoxicación. La muñeca se rompió de verdad, y precisamente haciendo piruetas para el público antes de una grabación, y nos aseguró que no notó dolor en todo el programa.
Antes de empezar a grabar, el animador nos avisó de que podíamos reírnos tanto como necesitáramos, pero que no aplaudiéramos si no nos lo pedían, porque eso alargaba el programa y frenaba el ritmo. Y que tampoco intentásemos meter un grito fuerte al final de un aplauso para luego contar en casa que era el nuestro.
Curiosamente tengo un recuerdo vívido de todo el previo al programa, hace ya siete años, pero no recuerdo prácticamente nada de la emisión per se: sé cuál fue porque coincidió con la celebración del descubrimiento de América y acabó sacando a la venta su libro a medianoche. En los cortes de publicidad nos metían más música cañera, esta vez más alta, mientras a Colbert se le acercaban maquilladoras y guionistas para hablar. En el último corte nos avisaron de que tenían una sorpresa para nosotros debajo de los asientos. Eran bolsas de confeti y gorros para celebrar la salida del libro. Las cámaras nos sacaron celebrándolo al final del programa.
Por si alguien quiere verlo, está entero en esta playlist: http://thecolbertreport.cc.com/videos/zjbyqa/intro—10-8-07
Lo normal en este tipo de emisiones es que al acabar el presentador se despida y suene una música más lenta. Aquí no ocurrió, al acabar sonó algo igual de cañero. En lugar de despedirse nos pidió un último favor: al día siguiente iba a entrevistarse ¡a sí mismo! y tenía que grabar unos recursos para luego montar los efectos especiales. Se fue corriendo a cambiarse de corbata y volvió. Se sentó a un lado de la mesa de entrevistas y grabó varias reacciones. Luego, esta vez sí, nos dio las gracias efusivamente, se apagaron las luces principales y sonó “This Is The End”, mientras nos fuimos, todos con una sonrisa imborrable. La autoentrevista está aquí: http://thecolbertreport.cc.com/videos/x1wzb3/the-stephen-colbert-interview
Colbert, fuera de personaje, es todo amor. Optimista, consciente de su suerte. Disfruta haciendo felices a los demás y creo que es genuinamente feliz, al contrario que probablemente Leno y otros tantos cómicos famosos víctimas de la depresión. Su personaje, sin embargo, es puro ego, adalid de la desinformación. Cuando presenta al invitado, el que se lleva los aplausos es él. Alguien del público le preguntó cuánto le costaba entrar en el personaje, y él contestó algo que ha repetido en varias entrevistas: “Estoy metido en el personaje siempre que los guionistas me preparen un montón de cosas ingeniosas que decir”.
Me fascina la preparación metódica del público para grabar un programa. Todo parecía programado excepto las improvisaciones del humorista y las respuestas de Colbert. Pero incluso éstas, forman parte de unos recursos pulidos con el tiempo. Bastantes respuestas de Colbert me suenan a que las había usado muchas veces antes. Haciendo un programa cuatro días a la semana, la verdad, no me extraña.
Y es inevitable preguntar… ¿aguantan la comparación los programas españoles?
El Caiga Quien Caiga fue muy divertido. Nos llevó un profesor de la facultad. No hubo warm up comedian pero el programa tenía banda, con el Reverendo al frente. Cuando la música lo petaba salieron los tres presentadores, Juanjo de la Iglesia, Javier Martín y Wyoming, aclamados como estrellas. Wyoming nos ganó con su ingenio natural y sus hits encadenados en inglés “all right, let’s go, come on, sit down”. En aquella época Wyoming podría haber presentado un programa entero sin guión. Probablemente ahora también, porque en sus conciertos en vivo y las entrevistas que le hacen sigue siendo un hacha, más que en El intermedio.
El Un, Dos, Tres fue moderadamente divertido. Había muchas azafatas (de las que no aparecían en cámara) y guías que nos fueron llevando, pero el calentamiento del público dependió exclusivamente de Luis Larrodera. Fue brillante, sin duda lo mejor de esta etapa, y las cámaras no captaron sus mejores ocurrencias. Hablaba con el público con la misma comodidad que Colbert. Y además tenía un sidekick brillante, Javier García Sáenz. El programa iba sobre Frankenstein y él se disfrazó de Marty Feldman como Igor, y mantenía el personaje hasta en las pausas. Si sólo hubiera dependido de ellos, la experiencia del público habría sido perfecta, porque con la luz roja era imprescindible que el público tuviera confianza. Pero por otro lado Chicho seguía probando locuras. En medio del programa tiró un montón de pescados al público. SÍ. PECES MUERTOS MALOLIENTES. Yo tuve la suerte de ir enchufado por un contacto del programa y nos avisaron de dónde convenía ponerse para que no te pringaran con la sorpresa que tenían preparada, porque en todos los programas se montaba alguna. Después de la escena del pescado, la grabación se paró para limpiar, la gente salió del set un poquito traumatizada y se sentaron a esperar. Pero mi contacto me subió por unas escaleras y me presentó a Chicho, que estaba en el control de realización. El resto del público se llevó un shock, pero yo me llevé ese recuerdo imborrable y otro más: pasamos por el restaurante de TVE y estaban todos los humoristas disfrazados tomándose un café. La escena era equivalente a esta clásica foto de Disneylandia, pero con el Linterna, Antonio Ozores y toda esa tropa.
Y por último… el Saturday Night Live español. Fue… terrible. Es de suponer que precisamente un programa importado fielmente de Estados Unidos estaría a la altura de un programa americano, ¿verdad? Pues no. Independientemente de que quizá debería haberse llamado “Jueves Tarde en Diferido”, falló en guión y dirección del público. Se grababa en una sala de los Kinépolis, el público estaba muy alejado del espectáculo. Alejadísimo. Era imposible ver nada. Era imposible llenar la sala. Quedaba mal. Y eso me sirvió para darme cuenta de que un plató pequeño no sólo es práctico en términos económicos, también en términos artísticos. Es mucho más fácil reirte de un chiste si te lo cuentan a 10 metros que a 100. Si algo tienen en común los anteriores mencionados es que al público se le mete caña hasta ponerle el corazón a 120 latidos por minuto.
Aquí pillaron a un warm up comedian que consiguió hacer todo lo contrario:
“Para ser público del Saturday Night Live hay que estar preparado, así que vamos a hacer una RELAJACIÓN. CERRAD LOS OJOS. RESPIRAD DESPACIO. Inspirad… espirad…”
Eso sentaba la base para soltar luego un chiste o dos. Para cuando llegaron, el público ya estaba muerto. Edu Soto salió de la nada y empezó a subir a zancadas y pegar gritos para reanimarnos. Se dejó la piel, porque además tenía que compensar el desastre previo, pero sirvió de poco. Los problemas de este programa fueron muchos, y el del público en sala tal vez fue sólo un indicio de lo que pasaba todavía más al fondo.
La dinámica del público de la tele es muy compleja, más de lo que parece a simple vista. Por un lado funciona como avatar del telespectador para dirigir al humorista. Pero también existe una manipulación en sentido inverso y su risa afecta al telespectador… y por eso existen las risas enlatadas. Del mismo modo, creo que el sonido que oímos del público es un indicio cómo funciona el programa en general. Los chanantes tuvieron muchos problemas al principio de Museo Coconut porque la risa sonaba a enlatada, pero era de un público en directo. Algo parecido ocurrió con los Monty Python. Decían que los espectadores del primer programa se parecían mucho a los de esa vieja imagen de archivo que usaban constantemente:
Un montón de señoras mayores que no se enteraban de lo que estaba pasando.
La dinámica se pule con el tiempo y los inicios son siempre difíciles. Ellos lo consiguieron bastante rapido. Colbert tenía la ventaja de ser un spinoff. CQC tardó meses en encontrar su tono (hasta que le pusieron las gafas al Rey). Un, Dos, Tres y Saturday Night Live fueron cancelados de manera fulminante. Creo que el programa de Chicho tenía varios problemas conceptuales irresolubles, pero el SNL me parece que sí podría haber tenido una oportunidad. Su principal problema no fue no encontrar a su público, sino encontrar su voz. O no… ¿Hasta qué punto son lo mismo? No es casualidad que la estrella se abalanzase sobre el público nada más aparecer, fue cuando más cerca estuvo de nosotros. Pero la grandilocuencia de la emisión (claramente una idea de producción, no de guión o dirección) hacía imposible la cercanía durante la emisión. Y tal vez, sólo tal vez, si hubieran pensado en cómo manejarlo, para que éste manejara a los humoristas, habrían ganado tiempo.