FIRMAS INVITADAS: LOS GUIONISTAS DEL FUTURO / 4

Nueva entrega de la serie de artículos escritos por los alumnos del Máster de Guión de la Universidad Pontificia de Salamanca. Reconocido como el mejor máster audiovisual de España, abrió hace poco el proceso de selección de alumnos para la edición 2013/2014. Varios de los autores habituales de este blog, como David Muñoz, Natxo López o Sergio Barrejón, se cuentan entre sus profesores.

PASIÓN, AMOR Y NUESTRA PROPIA MIERDA

por Carolina Blázquez Salinas, Marcos Fanjul Junquera y David Pérez Marín

Se respira paz, parece que el tiempo se para cuando uno cruza sus puertas y recorre la luz redentora de sus pasillos. Te sientes seguro, a salvo de todo el sin sentido que serpentea a sus anchas por nuestras calles. Todo es reconfortante en este lugar: las habitaciones huelen a flores, la sonrisa de las chicas, sus cuidados y comprensión, sus mimos y caricias…  No, no nos engañemos, es verdad que la luz inunda cada rincón de este edificio, pero hasta el último rayo de sol que se cuela por sus ventanas, sólo brilla artificiosamente en la oscuridad verdadera y fría que esconde cada una de sus paredes. Sí, todo está reluciente y limpio, amablemente perfumado, pero no hay lugar para el olor personal, para lo que nos aparta del número y nos hace ser quienes somos… Cuando uno es obligado a formar parte de esta comunidad, poco a poco, va perdiendo su esencia, sus inquietudes, su energía, su memoria, su vida. Si un asilo huele a algo, es a muerte. ¡Y que bien huele la muerte! Os contaremos la historia de Manuel y Ana, nuestros abuelos…

No, no es el momento de contar la historia de ese guión que aún camina con nosotros, pero como somos el tiempo que nos queda, no perderemos ni un segundo más y recordaremos nuestra experiencia reciente en el máster de guión de la UPSA, para hablaros de las metamorfosis que sufre y disfruta un guión y sus guionistas a lo largo del proceso creativo.

Primero, y antes que nada, desarrollamos tres historias (que obviaremos dado que aún queremos entrar en el mundillo y no que nos echen a patadas sabiendo esas primeras ideas). David Muñoz, encargado del Taller de Largometraje, tiró (sabiamente) dos a la basura y optó por la historia más dramática y quizás la más cercana a todos.

Aunque partimos de una premisa bastante realista, había un personaje que invitaba a convertir esa historia de amor, en una especie de thriller con asesino en serie en un asilo.  Así que nosotros, el Grupo 7 de alumnos del máster (“¡somos el Grupo 7!”), muy dados a dejar volar la imaginación, terminamos estrellándonos. David Muñoz y los compañeros de clase volvieron a ayudarnos a recuperar el norte. Eso sí, no tardaríamos en volar alto de nuevo, esta vez el viaje sería en globo aerostático, capitaneado por Sergio Barrejón, y una familia con sobrepeso, abuela voladora incluida… Sí, como una vez nos dijo Pablo Remón  (Taller de Escenas), éramos (y somos) el grupo al que se le iba la pinza.

En el Taller de Largometraje, tras el filón que vimos en ese thriller de la tercera edad, fuimos a clase con la certeza de que habíamos desarrollado una trama seria, oscura, cruda y violenta. David Muñoz, por otra parte, pensó que el tono de la historia sería el de una comedia (sin gracia) negra. Nosotros le dijimos que sí, claro, encantados de meter sangre, tiros, cadáveres y hasta un sueño premonitorio del protagonista, al más puro estilo Twin Peaks (habitación roja, Laura Palmer y enano bailando incluido).

Volvimos al Máster con una segunda sinopsis que rezumaba olor a muerte en cada página. Y nos parecía “la hostia”. Menos mal que a David Muñoz no. Así que, muy a nuestro pesar, y siguiendo las indicaciones de David, desechamos todo lo relacionado con los asesinatos y demás tramas locas. Desarrollamos una tercera sinopsis volviendo a arrancar con el motor de la historia original: el amor.

La historia se fue apoderando de nosotros, y con esa tercera sinopsis también convencimos a David Muñoz, y a una amiga suya, según nos dijo, a la que le gustó mucho cuando se la contó. Y por fin llegó el momento tan esperado: escribir el guión.

Nos implicamos con los personajes, con sus inquietudes, les dimos sentimientos, traumas, motivaciones, voz… y volcamos en ellos “nuestra propia mierda” (secreto y expresión aprendida en el Máster, claro). Ahí fue cuando, por fin, pareció que la historia tenía vida propia, nuestros personajes existían de verdad en un mundo paralelo. Todas las frustraciones que arrastrábamos durante los meses anteriores se desvanecían para convertirse en alegría esperanzadora. Hasta a David Muñoz parecía ilusionarle la vida de estos personajes tanto como a nosotros.

Y así es como unos aprendices a guionistas, sufren día a día la dureza de la vida en esta profesión. No, en serio, agota tomarse cuatro cafés, tres vinos y dos copas para conseguir liar a tus dos protagonistas de una manera mínimamente coherente.

La metamorfosis de la historia de nuestro guión queda muy clara, ¿y la nuestra? De momento, dormimos menos para trasnochar más. Comemos menos para beber más.  Salimos menos para escribir más… Aunque esto último es la gran mentira que nosotros mismos hemos escrito, pero una mentira muy útil porque ahí es donde realmente surgen las mejores ideas: en bares o en casa, con humo, café y buena música de fondo. Charlas informales que teníamos y tenemos durante horas, antes de ponernos con el guión, sobre amores y desamores, sobre miedos y deseos, sobre “nuestra propia mierda”.

Y claro que esperábamos que en un Máster de guión nos enseñaran la teoría para llegar a escribir una buena historia: saber estructurarla, delimitar los tres famosos actos, pelearte con el segundo… Crear tramas y pulsos, entender que es un punto de giro y grabarte a fuego las palabras conflicto y verosimilitud

Saber llegar al clímax, sin prisa, con juegos previos y peripecias… llegar tarde y salir pronto. Pero no buscábamos una sobredosis de teoría, sólo lo justo. Con la santísima trinidad: Field, McKee y Seger, más su poquito de Mamet y un buen trago de nuestro Antonio Sánchez-Escalonilla, ya teníamos el cupo casi cubierto. Lo que queríamos en realidad por encima de todo era lo que nos prometían: ‘Cómo ser guionista y no terminar en el fondo de una piscina’. De eso se trataba nuestra aventura. Y pronto nos dimos cuenta que el mejor método era el sello inconfundible de este Máster: enseñarte a bajar la guardia, bajándola ellos contigo. Compartir lo personal, lo que nos mueve y paraliza… volcar nuestras experiencias e inquietudes en nuestros personajes. Y es que para evitar ahogarte en una piscina tendrás que tragar agua mil veces.

Al final, lo que te pone en marcha en la vida y en el arte es la pasión y el amor, lo que se escapa de la teoría, los sentimientos que perduran en la memoria y sentimos una y otra vez. Aquello que nos contó Haneke en ‘Amour’:

 – ‘Me preguntó de dónde venía. “Del cine”, le dije.

 – ¿Y qué has visto?

 – Yo comencé a contarle la historia, y a medida que la contaba, la emoción volvía. Yo no quería llorar delante de ese muchacho, pero era imposible. Yo estaba allí, llorando, en el patio, y le conté el drama hasta el final… No recuerdo el título de la película, pero recuerdo los sentimientos. Yo tenía vergüenza de llorar, pero al contarle la historia, los sentimientos y las lágrimas volvían aún más fuerte que cuando estaba viendo la película’.

En este Máster, entre escritura y reescritura, nos han tirado muchas veces a la piscina… Y los sentimientos que hemos compartido en ese aprendizaje, no se olvidarán, porque esa piscina se ha convertido en playa, y el cloro en salitre… Salitre que llevaremos siempre pegado a la piel por mucho que nademos mar adentro.

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