Saltar al contenido

EL TESTIGO DEL CRIMEN

por Carlos López.

Un reto y un honor: con esta entrada me incorporo al equipo habitual de BLOGUIONISTAS. Ante todo, gracias por la invitación. Espero merecerla. Aún no sé qué os voy a contar en mi cita mensual. Mi experiencia, supongo, que es lo más valioso que puedo trasmitir. Alguna reflexión sobre nuestro trabajo. Nada que suene a dogma. Una dosis de humildad y otra de orgullo, ambas necesarias en el oficio. Y por favor, no me permitáis una queja. Ni una.

Yo, que me he peleado por mejorar nuestra maltrecha condición laboral, no soporto la fatigosa estampa del guionista quejica. El que se queja de que los productores no leen o no saben leer. El que clama porque el director no le entiende. El que protesta porque los actores destrozan sus líneas de diálogo. Aquel que si le dejas te recuerda lo bueno que era el guión que se ha convertido en esta bochornosa película. Puede que alguno de ellos, quizá todos, tenga razón, pero el runrún de ese lamento es tan cansino, tan improductivo… Y en lo alto del top ten de las quejas del guionista llorón está esa que dice: “¿Por qué nadie me quiere en el rodaje?”.

Recuerdo la primera vez que visité el rodaje de un guión que llevaba mi firma. Me dieron la dirección de un pub y allí me presenté pasada la medianoche. Filmaban una secuencia de página y media en la que la casualidad lleva a los protagonistas de la historia a conocerse junto a la barra. Lo primero que vi fueron dos imponentes focos frente a la fachada, los camiones aparcados, un burro de vestuario cruzando la calle, un reguero de cables, el tráfico detenido y un espacio acordonado como si la policía acabara de descubrir un cadáver. Un momento, pensé, ¿todo esto por página y media? ¿No era una producción modesta? Y dentro del local, el alboroto: cincuenta figurantes fingen que bailan; refuerzos de maquillaje los retocan uno por uno; unos cuantos estilistas redecoran urgentemente el local; eléctricos que cuelgan focos de donde pueden; maquinistas que montan las vías de un travelling, y muchos más cables, sticos, gelatinas, cargamentos de bebidas de atrezzo… Y el ayudante de dirección, claro, de acá para allá, vociferante.

¿Qué sentí? Deseos de volverme invisible. Desaparecer. Me moría de vergüenza, me sentía culpable de todo aquel engorro, de haber complicado la vida a tanta gente por una tontería que ubiqué en un bar nocturno quién sabe por qué, por puro capricho. Comencé a pedir sincero perdón a cada uno de los que me iban presentando. No paré de disculparme hasta que me abroncaron porque mi charla molestaba. Y cada vez que repetían una toma se redoblaba mi sensación de culpa, el temor a que resultara imposible de rodar una escena que ahora veía tonta y, lo que es peor, innecesaria.

Suena exagerado, pero así lo recuerdo. Esa visita tuvo consecuencias impagables en mi manera de escribir. Ya no puedo evitarlo: afronto cada secuencia como si alguien me estuviera encañonando, alguien que me pregunta una y otra vez si esa página es realmente necesaria. Y si la respuesta es sí, continúa el interrogatorio: ¿con esos personajes, en ese lugar, de esa duración? Si no puedo defenderlo, no soy capaz de escribirlo. Ojo, no estoy hablando de autocensura, ni de abaratar lo imaginado: puedo defender, llegado el caso, una escena de masas. Si es imprescindible. O una secuencia de despedida en un tren, ¿por qué no?, al final de la película, sí, que sean dos trenes, ella se marcha en uno mientras él se asoma por la ventana del otro, detenido en un andén en hora punta, todo ambientado hace cuarenta años, por favor. Sí, esa secuencia no me costó defenderla. La escribí. Se rodó.

No es únicamente una cuestión de presupuesto. Estamos hablando de cómo contar mejor lo que queremos contar. Veamos: ella camina por la acera, ve que él detiene su bici en el semáforo, ella va a su encuentro, casi la atropellan, él reanuda su marcha sin haberla visto… La escena me gusta, pero la pienso dos veces, imagino el rodaje, todo lo que hace falta para que tenga lo que yo imagino que ha de tener. ¿Es la mejor opción? Dudo antes de responder. Y si dudo… Fuera. Borrar. Vaciar papelera. Adiós.

Menéndez Pidal visita el rodaje de El Cid.

En aquella visita aprendí otra cosa. El doble sonrojo. En un rodaje, un guionista –salvo los pagados de sí mismos, que los hay– se suele sonrojar cuando escucha sus diálogos en boca de los actores. Quiere reescribirlos, eliminarlos, puede que matar al actor. Ya es demasiado tarde. Hay otra posibilidad de sonrojo: si no identifica lo que se está filmando, si el guión se ha cambiado y nadie le avisó. De una u otra manera, la experiencia siempre resulta vergonzante, tanto si reconoce la escena como si le resulta ajena. Y puede que se den las dos situaciones en una misma jornada. Doble sonrojo.

Si no reconoce los diálogos que se están filmando, el guionista de visita se siente víctima de un complot. Todo lo ve torcido, impostado, escaso, diferente a lo imaginado. Esto no era lo pactado. No tarda en percatarse de que el director le rehúye, de que el productor se ofrece a pagarle un café con tal de sacarlo del set. Puede olerlo: el aroma de la traición. ¿Qué está pasando?

Rafael Azcona, que conocía esta profesión como nadie, lo resumía así: el guionista es el testigo del crimen. Asiste al rodaje para constatar la muerte de lo que él imaginó vivo y coleando. Ante sus ojos se derrumba todo lo soñado cuando trababaja con el director en un café, cuando sus manos volaban sobre el teclado, cuando el reparto iba a ser de primera fila y la película, la más emocionante del año. Todo aquello se ve reducido a esa escena miserable que ve cómo se rueda deprisa y corriendo. Y el guionista es el único que escuchó, meses atrás, que esa película estaba destinada a arrasar en los Goya. No es extraño que no quieran ni verlo por el rodaje. Sabe demasiado: el testigo del crimen.

¿Es una injusticia que no quieran ni verlo, una muestra más de ingratitud? Si el guionista fue el primero que desembarcó y pisó tierra, el que más tiempo ha vivido con los personajes, si está dispuesto a colaborar y realmente tiene mucho que aportar, ¿por qué no lo quieren allí? Mi respuesta: porque no tiene nada que hacer. Absolutamente nada.

De nuevo, mi experiencia. Entras, no sabes dónde colocarte, tropiezas con todo, tienes el defecto de estorbar donde te pongas. Ves ensayar una toma. Te muerdes las uñas reprimiendo las ganas de aconsejar al director, a los actores, hasta al peluquero si te dejan. Te pegas al combo sin disimular un gesto de desconfianza, incluso de desesperación. Tu mera presencia provoca la distracción de todo el equipo: el director se ve obligado a excusar la escueta puesta en escena, los conocidos te saludan, los desconocidos se autopresentan, unos te felicitan, otros aseguran –cómo no– que tienen la idea perfecta para una película. Y los actores, tensos porque el autor está delante. En una ocasión, un actor detuvo la toma un segundo antes de la palabra acción para consultarme este cambio de diálogo: “Perdona, aquí pone que digo hola, buenas tardes, pero he pensado que mi personaje no diría eso, sería mejor que dijera buenas tardes, qué tal… ¿te importa que lo cambie?”. Así fue, lo juro. Todo el equipo esperando mi respuesta para rodar.

En el rodaje, cada cual tiene una tarea que cumplir. Todos menos el guionista, que la acabó hace tiempo. ¿Os habéis fijado en las claquetas? Da igual el modelo, antigua o moderna, aquí o en Hollywood, en todas figura destacado el nombre del director, el del operador, incluso el del productor. En ninguna aparece el guionista. ¿No éramos tan importantes? ¿Por qué no tenemos un lugar reservado en la claqueta? Porque nadie nos espera en un rodaje.

¿Dónde está el guionista?

Por eso no entiendo la queja: es mejor que no vayas, ahórrate el disgusto, concéntrate en tu trabajo, prepara el siguiente guión. Si haces falta, ya te llamarán. Eres el retén del cuerpo de bomberos. Y los bomberos no aparecen por la casa hasta que no hay llamas. No vayas antes de tiempo, ¿o es que quieres provocar tú el incendio?

Incluso cuando he sido bien recibido en un rodaje, enseguida me buscaban un juguete para que no se me ocurriese andar mareando. Alargar un parlamento porque el decorado es más grande de lo previsto. Escribir la parte inaudible de una conversación telefónica. Detallar los diálogos de un grupo que charla en segundo término. Hasta que me aburren y soy yo el que quiere marcharse, antes de que me coloquen una chaqueta y me pregunten si quiero hacer un cameo.

Se me dirá que no siempre es así, que en muchos rodajes el guionista sí cumple un papel esencial. Por supuesto. Cada proyecto es diferente, la relación con el director es siempre particular. Hay directores que te quieren a su lado, que quieren reescribir el guión cada día, que te necesitan cuando la lluvia, la localización o los actores requieren un zurcido de urgencia. Si es así, adelante, peléate incluso un crédito de productor. Pero yo trataría de no confundirme: no eres un miembro del equipo. Como cuenta aquí el argentino Fernando Castets, cuando un guionista acude a diario a un rodaje su presencia acaba por resultar sospechosa, centro de miradas esquinadas y objeto de preguntas a media voz: ¿qué busca?, ¿qué quiere?, ¿es un topo del director? ¿No tiene otra cosa que hacer?

Así nos ven: como a un alien. Con nuestras gafitas, nuestra camiseta negra y la bolsa en bandolera. Mirándolo todo con aire de suficiencia. Consultando los mensajes del móvil. Tiritando porque no está acostumbrado a pasar frío. Bostezando porque no suele madrugar. ¿A qué ha venido?

Definitivamente, no somos del equipo. Todos los demás trabajan con el guión en la mano, lleno de notas, desglosado, hecho un rulo en el bolsillo. Todos tienen su guión. Nosotros, no. Nosotros partimos de cero.

Y sin embargo, como dije antes, pocas cosas son tan necesarias para escribir un guión como conocer de primera mano la dinámica de un rodaje. No escribimos para que nos lean, escribimos para que aquello se sostenga una vez puesto en pie. Mejor si sabemos cómo se hace: qué es fácil y qué es difícil de rodar, cómo trabajan el texto los actores, cómo planifica el director, cuántos planos caben en una jornada. Sí, ya sé que soy contradictorio, ese es el terreno en el que uno debe moverse: no eres necesario en el rodaje pero necesitas saber cómo se rueda. Para concentrar tus fuerzas, porque hay un tiempo limitado para rodar y tú tienes muchas cosas que decir. Cuando escribo pensando en cómo se va a rodar me doy cuenta, por ejemplo, de lo importante que es el punto de vista en cada secuencia. En eso consiste, a menudo, el trabajo del director: adoptar un punto de vista para decidir el emplazamiento de la cámara. Un buen punto de vista convierte en fluida una secuencia impenetrable, puede transformar un papel escrito en un material de rodaje.

Dustin Lance, con Leonardo di Caprio y Clint
Eastwood, durante el rodaje de
J. Edgar.

También aquí hay quien mantiene una posición absoluta: mejor no contaminarse. Recluirse en la pureza de tu imaginación. Que el guionista, permanezca en su guarida, sí, al pie del teclado, y que allí ejerza de guardián del tesoro, de la historia que vamos a contar. Su trabajo es inventar un mundo, allá se las compongan quienes se encargan de construirlo.

Quizá tengan razón. Pensar en cables, figurantes y permisos de rodaje puede acabar por destruir la imaginación más fértil.

Personalmente, sin embargo, suelo desconfiar de mi imaginación. Aunque yo no quiera, sé que voy a imaginar lo que escribo como si la película ya estuviera hecha, como si la estuvieran proyectando al tiempo que la invento. Y entonces, claro, todos la imaginamos dirigida por Scorsese, Tarantino o Spike Jonze, y los actores son De Niro, Streep o Fassbender. Vaya con la imaginación libre, qué tramposa. Deberíamos obligar a que cada secuencia pasara por esta prueba: imagínatela dirigida por un zote, el más negado de los directores, uno que conozcas, con nombre y apellido; y en el reparto, la actriz más rancia, aquella que no soportas ni en fotografía. Incluso con ese director, con esa actriz… ¿te sigue pareciendo una secuencia necesaria? ¿De verdad vas a obligar a todo el equipo a pasar por ese trago?

¿Ah, sí? Esta será tu penitencia: ese día, irás al rodaje. Verás en qué queda tu fantástica secuencia. Y la próxima vez, antes de escribirla, te lo pensarás mejor.

Carlos López se inició como periodista y ha escrito teatro, televisión y cine. Nominado al Goya por La niña de tus ojos, Los años bárbaros y Horas de luz. En televisión ha trabajado en Las noticias del guiñol y, entre otras series, en Mujeres, El síndrome de Ulises y Hay alguien ahí. Este año ha recibido el premio Ondas a la mejor miniserie por 11-M.

[twitter-follow screen_name=’clopezguionista’]

27 comentarios en «EL TESTIGO DEL CRIMEN»

  1. Bienvenido al club, Carlos.

    Yo soy de los convencidos de que el guionista debe conocer cómo se trabaja en el plató, porque eso evitará muchos problemas y pérdidas de tiempo.

    Y creo que es especialmente importante en televisión, donde se trabaja con muy poco tiempo y muy poco dinero y hay que ir a “tiro hecho”, dentro de lo posible. En “Hispania” llegó un momento -después de unas cuantas mesas técnicas y visitas al plató- en el que yo sabía con bastante precisión si era más complicado escribir que un personaje moría de un flechazo, ensartado por una espada, o de una pedrada. Ese conocimiento agilizaba tanto la escritura y la revisión como el rodaje. Evidentemente, eso no significa que el guión vaya a ser mejor, pero sí que el resultado final será más digno, porque los tiempos, los dineros y los esfuerzos se habrán distribuido mejor.

    Saludos.

    1. Gracias por la bienvenida. Me siento en casa.

      Sí, en televisión a menudo las limitaciones están establecidas. Es el menú del día: te dicen cuántas secuencias de exteriores y cuántas de plató, las jornadas que puedes contar con tal o cual actor, las escenas de efectos o con figuración… A veces, hacer la escaleta es como resolver un sudoku.

      A mí me gusta. Eso te obliga a esforzarte: a ver cómo usas ese andamiaje para colgar tu historia.

      En las tvmovies o en cine es más complicado. Allí escribes a la carta, tú decides ingredientes y tiempos de cocción. Esa sensación de libertad puede ser engañosa. Porque todos los rodajes, incluidas las superproducciones, son limitados. Si esa secuencia que tanto te gusta se tarda dos días en rodar, son dos días que estás quitando al resto del rodaje, al resto del guión. Estupendo, pero conviene saberlo al escribir.

  2. Sin embargo, esa escena en el bar, el plano de transición viajando en el metro, el reencuentro sobre un puente y momentos similares, son aquellos que suponen el elemento diferencial en una película. Por supuesto que hay que ser conciso al escribir, pero a veces no sólo hay que dejar lo imprescindible. También hay que prestar atención al conjunto y ser muy conscientes de que estamos creando una fantasía donde todos los elementos dispuestos deben reforzar la ilusión. Es eso, y no una mera transcripción de la realidad.

    1. El concepto de imprescindible también es subjetivo. Yo me refiero a que todos, todos los momentos de tu guión deberían ser imprescindibles, aunque a primera vista parezcan banales o vacíos, pueden ser respiros. La gran escena necesita espacio alrededor y las secuencias del protagonista viajando en metro pueden ser necesarias para retratarlo.

    2. Sí, estamos de acuerdo en todo eso. Lo que quería decir es que eliminar el momento del metro porque fue ubicado allí por mero capricho (o no) puede, al igual que tu escena en el bar, ser un error. Habría que ver el conjunto de la película y ver no sólo cómo ayuda a nivel dramático, sino también cómo lo hace a nivel plástico.

      El momento del bar o el momento del metro podrían haberse ubicado en otro lugar, quizás más accesible o ya repetido en el transcurso de la historia. Sería un momento imprescindible (como bien dices, debería serlo), pero quizás ayudaría poco al enriquecimiento visual de la película. En cambio, una localización creada especialmente para ese momento puede potenciar eso, aunque sea lo único que vaya a rodarse allí.

      Por expresarlo de alguna manera, el plano de Woody Allen y Diane Keaton en “Manhattan” esperando el amanecer ante el puente de Brooklyn podía haberse rodado en cualquier otra parte. Pero no hubiera sido lo mismo. Así pues, todo el equipo a trabajar toda la noche para rodar un plano de 20 segundos. Eso es cine.

      Un saludo!

  3. No creo que haya tantos motivos para sentirse culpable por lo que uno provoca al escribir. A fin de cuentas, una película es un trabajo colectivo y tan responsable es el guionista por el follón montado como aquellos que, habiéndolo leído, aceptan rodarlo.

    No creo que sea justo que el guionista se cargue con la responsabilidad de tener en mente la dificultad de la producción cuando escribe. Se supone que eso es tarea del productor y del director. Para eso se hace un desglose y un plan de rodaje. Es en ese momento cuando hay que pedirle al guionista que reescriba esa escena costosa de producir o rodar. Pero si ellos no se quejan, asumen las consecuencias de rodarla así.

    Cosa diferente es que trufemos nuestro guión de escenas hermosas e imposibles y pretendamos venderlo. Por propio interés, deberíamos pensar en ser eficientes a la hora de contar la historia. En muchas ocasiones, las restricciones suelen ser semilla de soluciones ingeniosas y originales.

    1. “Por propio interés”. Exacto. Seamos listos.

      Lo de sentirse culpable es un problema mío. Probablemente, secuela de educación católica.

  4. ¡Ostras Pedrín! ¡Sentido común!

    Eso sí, no estoy de acuerdo en una cosa. Hay que quejarse. Sin parar. Hasta la náusea. No del actor que no sabe decir tu frase, pero sí del director de cásting que pone a un inútil sólo porque es amigo suyo. No en tu película sino en todas. Aunque el actor sea también amigoi tuyo y el director de cásting tu cuñado.

    Un saludo.

  5. Enhorabuena por el post, Carlos. Gracias por compartir su experiencia en blog. Por el tono y el ritmo narrativo se nota que el texto está escrito por uno de esos profesionales con bagaje.
    Y sobre el tema de quejarse que hasta cierto punto puede ser bueno, no debe confundirse con lo que apunta de ser un quejica, de esos que se quejan por todo. Seguro que el tiempo que se pierde en eso, podría emplearse en algo más útil.

    1. Gracias a todos por las felicitaciones y saludos. Para Regla: esto del bagaje y que me trates de usted me ha llegado al alma. Me acaba de salir un brote de canas. Hombre, no negaré que llevo un trecho recorrido, pero todavía hoy (no es por desanimar, sino todo lo contrario) tengo la sensación de que si dejo de pedalear me caigo. Vamos, que sigo durmiendo poco y con la única certeza de que no estoy muy seguro de cómo se escribe un guión. A punto de aprender cómo no hay que escribirlo. Os mantendré informados.

    2. Carlos, tu bagaje es indiscutible, y Regla no te habla de usted por tu edad sino porque es una lectora de blogs de guión muy educada y con aportaciones siempre interesantes.
      Estaba pensando en responder más cosas pero puede que lo repose un poco y lo convierta en artículo.
      Un abrazo a ambos!

    3. Martín, gracias por mediar en el malentendido y dejar claro que no era por la edad (es una suerte que me lea con tan buenos ojos) Lo cierto es que ayer cuando leí lo del brote de canas, no me atreví a decir nada, aunque recordé una anécdota que me ha ocurrido recientemente. Supuse que Carlos como buen profesional trataba de subestimar la situación simplemente por rigor formalista. El mismo que yo puedo utilizar con el “usted” y con el que me siento más cómoda.
      La semana pasada me invitaron a una comida los ex-compañeros de la empresa en la que trabajaba. Dos de ellos, con una edad próxima a la jubilación, apenas los conocía, aunque, por lo visto, eran bastante más antiguos que yo en la empresa. La tertulia estuvo muy cordial y todos nos tuteamos, por supuesto. Uno de ellos, el que físicamente aparentaba ser un poco más joven se puso a crtiticar a niñatos y jóvenes de hoy, como producto de esas desacertadas reformas educativas en las que se ha fomentado de forma literal que todos somos iguales. Jaume se refería a los jóvenes en tono despectivo, que si estaban agilipollados, que si mostraban poco respeto y educación, que si no sabían comportarse socialmente…Cuando llevaba un ratito predicando, el otro compañero mas guasón y mayor que no había dicho ni mú, le cortó: “Pues mira, está muy bien lo que dices, pero si te soy sincero cuando el otro día en el metro uno de esos jóvenes con respeto y educación me cedió su asiento, lo que me dieron ganas fue de partirle la cara”. La verdad es que a todos nos dio mucha risa la oportunidad del comentario.

  6. Carlos, eres un maestro. Y públicamente te digo que trabajar contigo es una suerte. Al rodaje de la próxima serie que tenemos entre manos tenemos que ir, sobre todo a los exteriores (si no se hacen con chroma).

    1. ¡Gracias, Verónica, contigo sí que aprendo!

      Los rodajes con chroma. Esa es otra. Hoy, ir a un rodaje, muchas veces es ver un forillo y un montón de marcas. Cuando vi que los editores tenían su ordenador igual que el mío, con sus carpetitas y todo, pensé que el rodaje era un puro trámite. Con el tiempo, desaparecerá. Bueno, espero que no.

  7. Muy bueno. Lo que cuentas de la sensación de exclusión me recuerda mi primer “disguhto” con los créditos. Un corto que coescribí con su director, llamado “El Hombre del Saco”. Simplemente, no había crédito de guionista, se había escrito solo. Al preguntar al productor, me dijo que no me había incluido porque no estaba en la orden de trabajo, colgada en su puerta.

    El post es estupendo. Creo que el guionista que va a rodajes tiene la inmensa suerte de aprender, como comentas, cómo se traslada su guión a la película, y eso sí que te cambia la forma de escribir. Por supuesto rodar es una experiencia complementaria también. Después del suplicio, cada vez que escribes escenas con más de cuatro personas dices “Chúpate esa, David Lean”.

  8. Ja, ja… Sí, a veces tienes la sensación de que le dejas todo un marrón al director. Y eso, que no se me malinterprete, no debe suponer que nos agarrotemos al escribir, nada hay más aburrido que una retahíla de secuencias todas de dos personajes.

    Lo de los créditos da para otro post. Todos tenemos alguna tenebrosa experiencia. Me lo apunto.

  9. Joder, me está dando mucho, mucho miedo esté post… porque el año que viene soy el guionista (único, el director me da vía libre), ayte de dirección y organizador de todo el marketing de un mediometraje de aventuras con actores famosos y producción tochilla. Espero que me hagan caso en el rodaje y no me despellejen.

  10. No te ofendas Nicholas VO pero si haces todo esto tú… la producción “tochilla” no debe de ser tan “tochilla”.

  11. Bremen, son 30 min. en un bosque lloviendo, HD, 45.000€, no sé si es tocho o amateur según los estándares profesionales. para mí es tocho porque en mi humilde experiencia no he hecho nada de ese calibre aún…

  12. Para mi este post traduce con luminosa humildad el papel “divino” del guionista ¿Debería intervenir Dios en los pormenores del mundo que ha creado? ¿Es Él el responsable de las cosas que nos pasan más allá de nuestra caprichosa y voluble voluntad? Aún diría más…¿Qué escenas de nuestra vida son realmente imprescindibles? ¿Es nuestra vida imprescindible para algo o alguien?
    Buff…¿Me estoy poniendo intenso o la culpa es del guionista…?

  13. No tiene nada de malo madrugar y pasar frío en la sierra si lo que ruedas y/o el resultado lo merecen. Carlos, gracias por acordarte de Los otros, nosotros, en momentos así.

Los comentarios están cerrados.

Descubre más desde Bloguionistas

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo