
Por Guionista Hastiado
Hace unos días Sergio Barrejón colgó este post donde hablaba de “La Media Pena”, cortometraje que ha dirigido recientemente, y cuyo guión está firmado por este servidor.
Barrejón me había sugerido ya antes que escribiéramos cada uno un artículo hablando del rodaje y de todo el proceso de elaboración del corto. La suya sería la visión del director de un texto ajeno, y la mía la de un guionista que comprueba cómo otra persona da vida a su historia.
Sin embargo, creo que voy a decepcionar las expectativas de mi buen amigo. Mucho me temo que él espera un artículo digno del mejor hastío, en el que desgrane todos y cada uno de los aspectos brillantes que estaban contenidos en las páginas el guión y que fueron estropeados por los torpes manejos de un incompetente realizador. Ya les adelanto que no fue así.
Pero vamos paso a paso, hablando de cómo fue el proceso del que surgió “La media pena”:
En el verano de 2009 escribí el corto. Mi intención era narrar algo sencillo que pudiera grabar con pocos medios. La manera más fácil de hacerlo, a priori, me pareció escribir una historia con dos únicos personajes en una sola localización (luego veremos que esto no era así de simple).
Tenía algunas ideas de partida que podían encajar en ese esquema y me puse con la que más me atraía. Se trababa de una historia breve sobre dos personajes muy distintos, ambos con un momento vital complicado, que se cruzaban y acababan influyendo el uno en el otro sin buscarlo. El título del corto provenía de un refrán popular sueco que dice algo así como “una alegría compartida es una doble alegría, y una pena compartida, media pena”.
Empecé a escribir sabiendo cómo empezaba la historia, pero no cómo terminaba. Me propuse intentar que los personajes sorprendieran al espectador, que no fuera fácil adivinar qué es lo que iba a suceder a continuación o cómo se iban a comportar los protagonistas. También tenía claro que quería escribir una historia que mezclara elementos de drama y comedia, y que intentaría huir del habitual “final sorpresa” que tanto puede llegar a obsesionar al cortometrajista.
Después de algunas versiones me gustó el resultado y me planteé la posibilidad de dirigirlo. Me puse en contacto con Barrejón para pedirle consejo. Él ya había rodado algunos cortos y le envié el guión para ver qué le parecía. Le gustó, y me dio el mejor consejo que te pueden dar en estos casos: “búscate una productora, no lo hagas tú solo”.
Le hice caso, pero no le puse mucho empeño, para qué nos vamos a engañar. Si hay algo que no sé hacer bien es venderme. Además en aquel momento tenía mucho trabajo y lo del corto era, en cierto modo, un hobby. Total, que el ser perezoso y pesimista que todo guionista lleva dentro acabó venciendo y, tras algunas tímidas gestiones infructuosas, terminé por abandonar la idea.
Cuando se lo comenté a Barrejón, creí que me iba a decir lo mismo que ya me decía yo para mis adentros: que soy un vago, un fracasado y que en mi vida jamás haré nada de provecho. Pero sin embargo lo que dijo fue “¿te importa que lo dirija yo?”. Creo que durante un par de segundos pensé que allí había gato encerrado.
Porque no nos engañemos, amigos. Rodar es un poco coñazo. Y no apetece. Lo que pasa es que si uno quiere crear una historia mínimamente personal, normalmente no tiene más remedio que rodarla uno mismo… o confiar en alguien que lo pueda hacer bien. Que un director y guionista solvente me ofreciera rodar mi corto era como ir a un puticlub y te digan que te la chupan gratis y encima te regalan un Ipad. Así que le dije que sí, que quería el Ipad.
Barrejón demostró ser mucho más despierto que yo (lo que no es muy difícil) y pronto estaba en el lío, haciendo dossiers, planes de producción y pidiendo subvenciones, esa parte aburrida del proceso. La casualidad quiso que le pusiera en contacto con un amigo productor con el que alguna vez había hablado de la posibilidad de dirigir algo, Íker Ganuza.
Íker es un productor joven que estoy convencido de que llegará a ser uno de los grandes. Tiene buen ojo y conoce bien el medio, y rápidamente se puso de acuerdo con Barrejón para coproducir. Con el guión en la mano, consiguieron subvenciones del ICAA y del Gobierno Vasco, y empezaron a pensar en los actores y el equipo.
Por aquel entonces tuve algunas conversaciones con Barrejón, vía chat, en las que discutimos acerca de aspectos concretos del guión. En muchos casos, éste puede ser el momento chungo para el guionista, ese instante en el que comprendes que el director quiere hacer algo totalmente distinto que tú, en el que empiezas a ceder y a ceder, y el resultado acaba no teniendo nada que ver con lo que tú querías contar en un principio (si ven la serie “Episodes”, entenderán la sensación a la que me refiero).
Por fortuna, Barrejón, además de director, es un buen guionista y es fácil hablar con él en términos narrativos, y no de abstracciones pedorreteras de malos directores. Y encima él quería contar la misma historia que yo. Eso no significa que no discutiéramos sobre determinados detalles del guión, pero eran en su mayoría cuestiones de mecánica o narrativa visual cuya dificultad o falta de efectividad él -que había hecho sus deberes- preveía. Tal vez me hubiera gustado llegar a convencerle en algún que otro detalle, pero era consciente de que él iba a invertir mucho más tiempo y energía que yo en el proyecto, y que lo más importante es que se fuera a rodar con algo que le convenciera absolutamente. Así que no me importó ceder en ciertas cosas. Siempre, además, cabe la posibilidad de que los demás tengan más razón que uno mismo, y es de la colaboración, no de la imposición, de donde surgen las mejores ideas.
Llegó la lectura técnica del guión, y empecé a comprender que el cortometraje no iba a ser tan sencillo como yo había previsto en un momento. Una localización, dos actores, sí. Pero surgieron dos problemas:
1 – La localización era un gran despacho de ejecutivo que debía tener un cuarto de baño anexo. Yo había oído hablar de despachos así, pero encontrar uno era mucho más complicado de lo que parecía. De hecho, fue lo más complicado de encontrar, y el alquiler acabó siendo la partida más cara de toda la producción.
2 – La segunda dificultad es que el corto entero transcurría de noche. En el guión yo había escrito esto:
“Un despacho amplio, frío, con ventanas que dejan ver las luces nocturnas de la urbe”.
Esto, que queda tan cuco sobre el papel, implica que tras los ventanales debía verse el skyline de una ciudad, lo que obligaba a rodarlo todo de noche, con las evidentes complicaciones implícitas (menos horas para rodar, gente trabajando sin dormir, obligación de evitar escandaleras…).
Bueno… eso creía yo. Porque luego Barrejón me explicó que eso era inviable. “A nada que metas un poco de luz en el interior para iluminar a los actores, pasarán dos cosas: a) El skyline quedará tan oscuro que ni se verá; y b) Las ventanas, con un fondo tan oscuro detrás, se comportarán como espejos, reflejando todo tipo de cosas que no queremos ver: desde las propias luces, hasta el personal de rodaje. Y eso sin contar con posibles problemas de raccord en el fondo: desde ventanas de edificios que se encienden y se apagan, hasta ambulacias o incluso fuegos artificiales”. Puede parecer exagerado, pero no lo es: la ley de Murphy siempre se cumple en los rodajes.
Por suerte había otra opción, a la que finalmente se llegó, que fue la de convertir los ventanales en un gran croma verde sobre el que luego se incrustará el fondo de la ciudad en postproducción. Una solución efectiva pero que, evidentemente, complica todo el proceso.
Otra dificultad evidente iba a ser la de encontrar a los actores adecuados. Había dos personajes: un ejecutivo cuarentón y una limpiadora sudamericana. Ambos debían ser buenos actores porque el cortometraje lo llevan ellos absolutamente; era fundamental que se manejaran bien en las acciones físicas, en las miradas, en el manejo del tempo y el tono tanto de la comedia como del drama… y que tuvieran las fechas libres, claro. (Y que les gustara la historia, porque no iban a cobrar).
Para el personaje masculino tuvimos a un famoso interesado durante meses que se cayó en el último momento. Fue una bendición, porque acabamos contando con el magnífico Luis Callejo, que hizo un trabajo increíble y que, además, es un tío cojonudo. (Y que Barrejón reconoció que era su primera opción. Por lo visto, siempre lo es.)
El personaje femenino era más complicado, si cabe. Debía tratarse de una actriz sudamericana, con una mezcla de mujer sexy y “real”, con capacidad para dar registros muy diferentes. Elegirla fue a la vez muy fácil y muy difícil. Fácil, porque tanto Barrejón como Íker tenían claro que querían a Tania Roberto (antes Tania de la Cruz). Difícil, porque si no le gustaba el proyecto… no había plan B. Por suerte se leyó el guión y le encantó. Y para mí, junto con Luis, ha sido todo un descubrimiento.
Y finalmente llegó la hora del rodaje. Les hablaré con más detalle de él en un próximo post; sólo les adelanto un buen consejo: si son guionistas y van a estar presentes en el rodaje de uno de sus guiones…búsquense una ocupación que les obligue a hacer algo. En mi caso fue la de foto fija (aquí pueden ver algunas más de mis aportaciones en el cargo).
Deseando ver ‘La media pena’… después de leerte incluso más.
Que, por cierto, ¿cuál es el canal para ver estos cortos para alguien como yo que está más que fuera del tema?
Yo también tengo curiosidad por ver el resultado de la fusión entre guionista y director. Y a pesar de las dificultades que expone, Hastiado, quien sabe si después de esta experiencia le pica el gusanillo de dirigir.
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