La semana pasada se publicó, casi por sorpresa, Apropos of Nothing, la autobiografía de Woody Allen. Cuatro autores de este blog nos hemos comprado el libro y lo estamos reseñando para nuestros lectores.
Lee aquí la primera entrega: https://bloguionistas.com/2020/04/01/a-proposito-de-woody-1/
EL DON DE LA OPORTUNIDAD, por Natxo López
Woody desarrolla en uno de los capítulos más interesantes su paso al drama. Incide en la inseguridad que le supuso, al mismo tiempo que consideraba una obligación creativa, expandir sus límites como cineasta y no quedarse en la comodidad de lo que ya sabía hacer (comedia). También se recrea en algunos de los errores que cometió a lo largo del proceso, como estos dos que comenta de la película “Interiores”.
“Mi primer error fue hacer algo que no había hecho antes y que nunca he vuelto a hacer, que es ensayar. Yo no tengo paciencia para ensayar, y haciendo comedias, cuando más escucho el texto, menos divertido se vuelve. Es por eso que cuando termino un guion […] nunca vuelvo a mirarlo hasta que lo ruedo”. [..] “Así que invito a mi apartamento a estas dos fabulosas actrices, Maureen Stapleton y Geraldine Page, para ensayar o al menos hablar sobre los personajes […] y entonces cometo mi segundo error. Les digo: “¿os gustaría beber algo?”. Podéis imaginar cómo termina esto. Corte a: dos horas después, ninguna de las dos consigue mantenerse en pie”.
Puede que lo más interesante del capítulo sea el espacio que dedica a la que seguramente es su obra maestra, Manhattan. Cuenta, por ejemplo, cómo la idea de la película fue surgiendo en las cenas que tenía con el director de fotografía Gordon Willis en los Hamptoms, durante el rodaje de “Interiores”.
“Decidimos que deberíamos rodar mi siguiente película, una historia de amor neoyorquina, en blanco y negro y formato panorámico. Siempre habíamos visto el formato panorámico al servicio de películas bélicas y westerns al aire libre, donde el tamaño de la pantalla podía ser explotado visualmente. Nuestra idea era usarlo para transmitir la intimidad de las historias de amor”.
Woody sabe que Manhattan es considerada por muchos como su mejor película, pero habla de ella con la distancia de quien es consciente de que, al final, la diferencia entre una buena película y una mediocre a menudo tiene que ver con el don de la oportunidad y con la suerte.
“Durante el rodaje de esa película, oímos que New York iba a tener unos fuegos artificiales espectaculares esa misma noche. Lo dejamos todo, corrimos al apartamento de un amigo en Beresford, y nos preparamos. Así, forzando la suerte, capturamos unos planos maravillosos, que nos brindaron la impactante apertura de la película”.
A PROPÓSITO DE TODO, por Jorge Naranjo
Nunca pensé que solo un episodio del libro podía incluir tanto contenido que no solo daría para escribir un post infinito, sino otro blog, o una novela, o una pieza teatral, o el guion de otra película del genio y neurótico neoyorquino.
Y como este libro es un mastodonte, creo que lo más honesto por mi parte será echarme a un lado e ir enlazando, con las menos palabras posibles, algunos de los recuerdos del creador de “Manhattan”, “Annie Hall” y tantas obras maestras.
“Aquí estoy, soltero, a punto de hacer el casting para Sueños de un seductor”.
Así arranca el octavo bloque de esta colección de anécdotas, curiosidades, chistes y verdades que ningún seguidor de Allen debería perderse. Un bloque donde habla de cine, de guiones, de los Oscars, de amigos y estrellas, y donde también menciona a algunas de las mujeres de su vida, desde Mia Farrow a Soon-Yi, desde Mariel Hemingway a Stacey Nelkin. Y sobre todo, a la que él mismo define como una de las personas más importantes de su vida y a quien enseña sus guiones y sus primeros montajes antes que a nadie: Diane Keaton. Allen recuerda perfectamente la primera vez que la vio. Fue durante ese mismo proceso de casting.
“Permítanme decirlo así: Si Huckleberry Finn hubiera sido una mujer bellísima, eso es lo que vi entrar (…).Era genial. Genial en todos los sentidos. Si la presencia de alguien puede iluminar una habitación, la suya iluminaba un bulevar. Adorable, divertida, con un estilo original, real, fresca. Al salir, sabíamos que aún teníamos que ver otras actrices que estaban en la agenda pero, en nuestras cabezas, ella ya tenía ese papel”.
Y sigue:
“Hace grandes fotos, actúa, canta de maravilla, baila, escribe bien. Nos hicimos amigos íntimos casi al instante de conocernos. Al acabar el montaje de “Toma el dinero y corre” junto a Ralph Rosenblum, se la proyecté y me dijo que era una película buena y divertida, y que no tenía nada de qué preocuparme. Desde entonces, ha sido mi estrella del norte y mi persona-a-la-que-acudir (…) Siempre le he enseñado mi trabajo y es una de las pocas personas cuya opinión realmente me importa”.
Por supuesto, fueron pareja. Y antes de que lo hiciera todo Hollywood, Allen se enamoró de cada detalle de Keaton, empezando, claro, por su forma de vestir:
“Claramente tenía una visión de artista. Lo sabías por su forma de vestir, que podía ser “trendy” para quien crea que colocarse la pata de un mono muerto en la solapa puede resultar “chic”. Digamos que Keaton siempre vestía con cierta imaginación excéntrica, como si su “personal shopper” fuera Buñuel”.
Quizás, lo mejor de estas memorias es que Allen no esconde nada, no huye de nada. Toca cualquier tema sin miedo, sin esconderse, entre ellos, su romance con la joven actriz Stacey Nelkin (cuyo romance proporcionó unas anécdotas que, como cuenta Allen, acabarían en el guion de Manhattan) y, por supuesto, la eterna polémica de su matrimonio con Soon-Yi (“espero que no sea la razón por la que compraste este libro”, advierte) y todo lo que ahora rodea su figura:
“Mi primera mujer era tres años mayor que yo. Igual que la segunda. Se puede decir que Diane Keaton sí tenía una “edad apropiada”, igual que Mia Farrow, con quien estuve trece años. De todas las mujeres con las que he estado, casi ninguna era más joven que yo (…). Cuando me enamoré de Soo-Yi, reviví lo que conté en Manhattan y adquirí reputación de ser alguien obsesionado con las mujeres jóvenes. He vivido obsesionado con los gángsters, los jugadores de béisbol, los músicos de jazz y las películas de Bob Hope, pero las chicas jóvenes han sido una minúscula fracción de mis parejas a lo largo de mi vida”.
Pero hay más. Porque en este capítulo también habla, claro, de cine. Y mucho.
Primero, de sus maestros…
“Yo aprendí a hacer cine de dos maestros (…) de Ralph Rosenblum, un montador con gran talento, y todo lo demás de Gordon Willis. Gordon lo sabía todo. Le vi llamando a Kodak desde Rochester para decirles cuánto nitrato de plata tenían que poner en el negativo. Era rígido, duro con su equipo, temperamental, pero jamás nos cruzamos una mala palabra y trabajamos juntos durante diez años”.
De la importancia de los guiones:
“Mi teoría, tras años en la industria, es que el problema suele ser el guion. Es mucho más duro escribir que dirigir. Un director mediocre puede hacer una buena película con un guion pasable, pero un gran director nunca podría sacar una película estupenda de un guion flojo.”
Y hasta de Gene Wilder:
“Menudo talento (…). Quizás pueda ser algo excéntrico, pero… ¿cuántos tipos pueden actuar de una manera tan brillante dándole la réplica a una oveja?”.
Todo eso y mucho más es este libro, donde uno puede irse a cenar con Allen y Keaton a Elaine’s, donde cualquier noche se encontraban con Fellini, Kennedy, Tennesse Williams, Antonioni, Michael Caine, Nora Ephron, Robert Altman, Simone de Beauvoir, Gore Vidal y Roman Polanksi, por citar algunos ejemplos. O recibir algún consejo: “Lo divertido de hacer una película es hacerla, el acto creativo. Los aplausos no significan nada”. Y más de un destello de sinceridad:
“Todo lo que puedo decir es que hice lo que pude, amigos. Si las películas no son mejores, yo soy el único responsable. Tuve absoluta libertad para hacer los proyectos que quise (dentro de un presupuesto dado) y control artístico total”.
Gracias a los años que pasé trabajando en Ocho y Medio, mi segunda casa, he tenido acceso privilegiado a muchos manuales sobre cine y he leído bastantes memorias de grandes directores, y no creo que me equivoque al decir que este “A propósito de nada”, de Woody Allen, estará a la altura histórica y literaria de tótems como “Mi último suspiro”, de Luis Buñuel, la “Autobiografía” de Akira Kurosawa o “Groucho y yo”, del capo de los Marx. Ojalá gocéis tanto su lectura como yo y como, probablemente, disfrutó su escritura el creador de “Hannah y sus hermanas”, “Maridos y mujeres”, “El dormilón”, “Bananas”, “Zelig” o “Match Point” porque, como el propio Allen apunta en esta Biblia:
“Todo lo que cuento se resume en que lo único que realmente importa de este trabajo es divertirse”.