METÁLICA: VIVIREMOS PARA SIEMPRE PORQUE ESTAMOS MUERTOS POR DENTRO

¿Sueñan los adolescentes con robots masturbadores? ¿Qué hay en el extremo de la disponibilidad inmediata e ininterrumpida de un esclavo sexual? ¿Podemos recrear el amor de una ex pareja con un robot hecho a su imagen y semejanza?

Íñigo Guardamino reflexiona sobre estos temas en Metálica, un texto surgido del laboratorio de investigación teatral Rivas Cherif y que estará en el Teatro María Guerrero de Madrid hasta el próximo 9 de junio.

Los robots sexuales son ya una realidad. Ya hay una generación entera que ha accedido a las redes sociales antes de tener pareja. Una generación que ha visto horas porno antes del primer beso. Las horas que dedicamos a conectar vía redes sociales van en aumento, e inevitablemente lo hacen en detrimento de la socialización real (o away from keyboard, si queremos).

Es un topicazo decir que cuanto más conectados estamos por Internet, más solos estamos en la vida real. Pero lo cierto es que los días siguen durando lo mismo que antes de pasarnos tres horas en las redes sociales. Si a esa socialización de segunda categoría le sumásemos la posibilidad (de momento hipotética) de mantener sexo a capricho con un robot de apariencia humana, ¿cuántos de nosotros no acabaríamos recluidos en nuestra propia burbuja, donde pudiéramos controlar todas nuestras interacciones?

¿No es precisamente la obsesión por el control lo que late tras la virtualización de las relaciones? El stalkeo, el profiling de las apps de citas, el porno de cámaras en vivo, el perfeccionamiento de la apariencia y actitud humanoide en los robots… ¿No son expresiones de un anhelo de disponer de humanos que nos den placer según nuestras expectativas, sin que nos planteen nunca un desafío? Sin cuestionarnos, sin opinar ni matizar ni discutir. Sin ofendernos ni herirnos nunca.

El problema, claro, es que a más control menos emoción. La incertidumbre y las heridas nos mantienen vivos. ¡No siento nada!, grita uno de los personajes de Metálica en pleno acto sexual, antes de obligar a su robot a, literalmente, follárselo hasta matarlo. Y es que sin la incertidumbre, sin el riesgo, no hay emoción. No hay sentimiento. La vida se convierte en una gran zona de confort… sin el menor interés. Viviremos para siempre porque estamos muertos por dentro, dice Marta Guerras casi al final de la obra.

Carlos Luengo y Marta Guerras. Foto: ©Mario Zamora.

Releo mi parrafada y me suena sesuda y redicha. Pero Metálica no es nada de eso. En su forma exterior es una comedia negra, negrísima. Una distopía cargada de humor y de la acostumbrada mala leche de Guardamino, que no pierde ocasión de recordarnos lo mal que vamos como sociedad, pero siempre con una buena dosis de humor.

En el futuro distópico de Guardamino, los adolescentes comparten en redes vídeos de sus polvos con robots. Adultos pedófilos mantienen sexo con robots-niño. Hay una calle de Santiago Abascal. Y si sufrimos una parada cardíaca en casa, un robot nos hará maniobras de reanimación cardio pulmonar… mientras nos practica una felación.

Si la cosa acaba mal, la familia se reunirá para despedirnos… por video llamada. No habrá funeral: se generará automáticamente un vídeo con los restos de nuestra huella digital, y luego cada uno a lo suyo.

Muy hábilmente, Guardamino diseña la trama en torno a una familia… iba a decir desestructurada, pero sería más bien re-estructurada según los códigos de un hipotético 2044:

  • Un matrimonio que recupera el sexo gracias a la irrupción en casa de un robot-niño… con el que acaban teniendo sexo oral marido y mujer. Cada uno por su lado.
  • Venti, su hijo adolescente que vive solo, pero nunca está solo porque dispone de Cindi, su robot sexual, con quien tiene sexo a todas horas… sin haberse acostado nunca con una mujer de verdad.
  • La familia la completa Jana, la hija adulta, ejecutiva en una empresa de robótica (la misma que manufactura a Cindi). Soberbia composición de personaje de Sara Moraleda.

Inolvidable la tragicómica escena en que Jana intenta reprogramar a un robot hecho a imagen y semejanza de un novio que la abandonó sin dar explicaciones. Herida por la ruptura, Jana se obsesiona con programar a su robot para que se comporte como ella habría esperado que lo hiciese su novio real. Cada error en el programa, cada imprevisto, nos recuerda lo dolorosamente imposible que es recrear la vida.

Pablo Béjar y Sara Moraleda. Foto: ©Mario Zamora.

Inquietantes, perturbadoras, grotescamente cómicas y siempre eficaces todas las escenas en las que los actores interpretan a robots. Destaca la magnífica Cindi de Marta Guerras. Aterradora, precisa en cada movimiento, en cada inflexión de voz. Se metió al público en el bolsillo y con justicia. Buenas interpretaciones también de Pablo Béjar, Rodrigo Sáenz de Heredia y Carlos Luengo, este último particularmente terrorífico como robot-niño especializado en dar placer oral. Brillante Esther Isla en el papel de Zoe, arrancando con facilidad las carcajadas del público con un timing cómico impecable.

Esther Isla y Rodrigo Sáenz de heredia. Foto: ©Mario Zamora.

Con ecos de Her, Blade Runner, el Fight Club de Chuck Palahniuk (“Stop the excessive shopping and masturbation. Quit your job. Start a fight. Prove you’re alive”) y por supuesto el Frankenstein de Mary Shelley, Metálica confirma la maestría de Guardamino para diagnosticar y satirizar los dilemas éticos de la sociedad actual.

Admirable la valentía del CDN produciendo obras incorrectas, incómodas y certeras como ésta, y propiciando espacios de creación dramatúrgica como el laboratorio Rivas Cherif.

Sergio Barrejón.