EL TAO DE LA ESCRITURA

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Por Juanjo Ramírez Mascaró.

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Treinta radios se unen en una rueda.
Pero su utilización también depende del espacio vacío entre los radios.
Hacen los vasos de arcilla.
Pero su utilización depende del espacio vacío que hay en éstos.
Hacen paredes, puertas y ventanas en una casa.
Pero su utilización también depende del espacio vacío que hay en ésta.
Así es como se relaciona la utilidad de los objetos con el espacio vacío.

Eso que acabamos de leer pertenece a un texto de más de 2300 años de antigüedad. Se trata del capítulo 11 del Tao Te Ching cuyo autor, según la tradición, fue un chino llamado Lao Tse.

Cuando era más joven flirteé con diversa artes marciales y, aunque mi falta de disciplina me impidió llegar a altos grados o cinturones negros, esas cabronas marcaron mi vida en diversos aspectos. Por culpa – principalmente – del Aikido y el Tai Chi, el taoísmo acabó definiendo en gran medida mi forma de percibir el mundo y desenvolverme en él.

No hemos venido aquí a hablar de filosofía oriental, sino de escritura. Lo que ocurre es que a estas alturas no hay un solo precepto taoísta que no haya acabado condicionando la forma en que me suelo enfrentar a la escritura.

Si hoy elijo centrarme en el mensaje de este capítulo 11 con el que inicio el artículo es porque llevo unas semanas escribiendo novela, y ese tipo de escritura le invita a uno a reflexionar sobre asuntos a los que, desgraciadamente, prestamos menos atención cuando lo que escribimos es un guión.

Me refiero a reflexiones sobre la naturaleza de las palabras, su función, su utilidad.

Aunque no comparto la opinión de quienes piensan que la redacción de un guión audiovisual merece menos mimo por ser un documento intermediario y no un resultado final, reconozco que, a la hora de la verdad, yo también caigo en la trampa y vigilo más mi lenguaje cuando escribo relato y novela.

Existe otro factor que me induce a ello. Si en un guión no explicas bien cómo es una localización o un personaje, habrá otros equipos creativos cuya función es preguntarte acerca de ello o, en su defecto, tomar sus propias decisiones al respecto. En un libro, en cambio, el lector sólo cuenta con tus palabras y con su propia imaginación. Eso me lleva a comparar las palabras que uso con la arcilla de esas vasijas del Tao Te Ching. Me imagino construyendo cántaros vacíos a base de palabras, y ese vacío es el espacio útil donde el lector puede verter su imaginación.

Huyo como la peste de ese horror vacui que detecto en tantísimas novelas cuando intentan describir el físico y la forma de vestir de cada personaje con una minuciosidad enfermiza, definir cada ladrillo da cada casa que interviene en la historia. He dejado de leer obras de autores como Balzac por culpa de esa clase de excesos.

Como aspirante a escritor taoísta que soy, me pone palote la esencia bruta, cuando se la desnuda de lo superfluo, o al menos cuando lo superfluo se limita a cumplir con su rol de sugerente lencería.

El significado de la escritura – o de cualquier otro arte – no se completa en el folio, ni en el lienzo, ni en la pantalla. Se completa en la cabeza de cada receptor. Si no os lo creéis, leed los comentarios de internet sobre cualquier serie o película. Descubriréis la enorme cantidad de matices, significados e incluso lecturas políticas que añade por su cuenta cada espectador al interpretar el mensaje de los autores.

No sólo es complicadísimo diseñar un mensaje que no se preste a distintas interpretaciones, sino que además es contraproducente. Escribir de ese modo es, en mi opinión, apostar por lo estéril. Fabricar jarrones sin vientre.

Según otra célebre enseñanza del taoísmo, toda creación (y por lo tanto, toda vida) se basa en la interacción de dos fuerzas complementarias. Me refiero a la dialéctica yin–yang y todo eso. Siguiendo esa línea de pensamiento me atrevería a decir que no hay equilibrio sano si nuestra obra penetra en la imaginación del público sin permitir que la imaginación del público, a su vez, penetre en nuestra obra.

Por eso cada vez me gusta más concebir el arte de escribir como un arte de siluetear.

Por eso cada vez me obsesiona más (aunque no sé yo si la obsesión es un concepto muy taoísta) encontrar ese equilibrio entre qué decir, qué callar, qué sugerir, esa piedra filosofal que tantos quebraderos de cabeza nos depara a los narradores cuando intentamos hacer las cosas medianamente bien. Saber pintar un cielo en el que figuren únicamente las estrellas necesarias para guiar bien a los barcos, permitiendo que cada marinero pueda ver en ellas las constelaciones que necesita ver.

Este arte de la silueta, esta alfarería del cántaro vacío no sólo es aplicable a subtextos, significados profundos, cuestiones de trama… También creo que deberíamos tener todo ello muy presente cuando escribimos las personajes y localizaciones en nuestros guiones audiovisuales. Nuestro texto será más fértil si en él pueden penetrar las semillas procedentes de un director, un dire de foto, uno de arte. Etcétera.

No sé si se me da muy bien predicar con el ejemplo, porque en este post hay más cosas supérflueas de las que podrían considerarse lencería, así que dejaré que sea de nuevo el Tao Te Ching quien se despida por mí:

El espacio sobre la tierra está vacío y libre,
así como el espacio dentro de un fuelle o una flauta.
Y cuanto más espacio existe para una actividad,
más eficiente esta actividad puede ser.

Mother fuckers!!

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