Por Juanjo Ramírez Mascaró.
Puede que estemos condenados a sorprendernos a nosotros mismos.
A veces las historias que más nos gusta ver no son las historias que más nos gusta escribir.
Es algo que tardamos bastante en descubrir porque nos cuesta aceptarlo.
Seguro que existe más de un guionista preguntándose: “¿Cómo he llegado a esto si mi libro favorito es La Historia Interminable y decidí dedicarme al cine cuando vi El Señor de los Anillos? ¿Qué hago escribiendo este drama de tintes sociopolíticos?”
Es que incluso cuando uno tiende a escribir los mismos géneros que le fascinan (como es mi caso) acaba dándoles, casi sin darse cuenta, un tratamiento muy distinto al de sus obras favoritas.
No siempre, claro. Hay excepciones y tal. Escribo como si generalizase porque si me pongo a matizar, las frases me salen demasiado largas y farragosas. Como la que acabo de soltar.
Y escribo cada concepto en un párrafo distinto para que el post se perciba menos congestionado y no dé tanta pereza leerlo.
Estoy mú loco.
Pero aunque no haya intención de generalizar, muchos estaréis de acuerdo con todo esto. Pensad en ello: Qué clase de historias os gustaría escribir y qué clase de historias os nace escribir a la hora de la verdad.
Yo, por ejemplo, quería ser Spielberg o Tim Burton (salvando las distancias) y me acaban saliendo cosas tipo David Cronenberg (salvando las distancias)
Me vi Pulp Fiction hasta desgastarla: es una de mis pelis favoritas. Pero creo que nunca me apetecería hacer una peli a lo Pulp Fiction.
Cuando era joven sí, claro. En el instituto todos los guiones que escribía eran burdas copias de Tarantino y todos los relatos que paría intentaban ser Poe, Kafka, Lovecraft.
La adolescencia del “artista” tiene mucho de caricatura, de fraude involuntario.
Quizá no tengamos nada interesante que contar hasta que no nos encontramos con los primeros obstáculos reales, hasta que la vida no nos talla a golpe de navaja.
Quizá somos espejos que sólo reflejan cosas realmente interesantes cuando se resquebrajan.
Es peligroso seguir elucubrando en esa dirección.
Supongo que es tentador asociar el arte a la autodestrucción.
Supongo que hemos crecido en una cultura cimentada en un héroe que se sacrifica en una cruz, y nos han metido en la cabeza la idea de que eso mola.
Y ya que hablamos de héroes, supongo que hay algo de epopeya heroica en esa contradicción del narrador, sintiendo esa llamada interior con la que no se identifica. Algo sucede dentro de nuestras cabezas que nos arranca de nuestra “zona de confort”, que nos impulsa a crear cosas que no sabíamos que estábamos destinados a crear. De pronto somos como la reina narf de La Joven del Agua. “No sé por qué me han elegido para esto, no sirvo, no estoy preparada.”
Recuerdo lo que me decía el bloguionista Carlos López en las tutorías de Dama Ayuda: A la hora de concebir un personaje hay que definir cómo es el personaje, cómo piensa él que es, cómo le ven los demás y cómo cree él que los demás le perciben.
En cierto modo, nosotros también funcionamos como personajes: Ni somos como como pensamos, ni se nos percibe como creemos.
Y en ese sentido, las historias que elegimos casi sin saberlo, la manera en que acabamos contándolas, son casi un oráculo de Delfos, un “conócete a ti mismo”.
Algo me dice, sin embargo, que nuestro inconsciente nos conoce mejor de lo que nos conocemos de manera consciente… y obra en consecuencia: Una especie de inercia nos empuja hacia el equilibrio y convierte la creación artística en algo casi terapéutico, en mecanismo de compensación.
Yo, por ejemplo, tengo una tendencia casi patológica a la obediencia y a veces pienso que precisamente por eso me nace ser subversivo en las historias que escribo, no sólo en el contenido, sino incluso en el propio proceso de gestación. Quizá tiendo a renegar de manuales de guión porque si me acercase demasiado a ellos una fuerza invisible me obligaría a obedecerlos, como ese vértigo que me incita a arrojarme al vacío cuando me asomo a una barandilla demasiado alta.
Y quizá me gusta lanzarme a teclear sin escaleta porque en la vida real me gustan los viajes bien organizados y lo compenso buscando lo imprevisible en la ficción.
De pronto me percibo un poco pesado, un poco brasas… porque al final, sin yo pretenderlo, este post trata sobre lo mismo que el anterior que colgué aquí: sobre cómo la realidad y la ficción bailan un vals dentro de nuestro cráneo.
Una vez más: Lo que acabas escribiendo no es siempre lo que tú creías que querías escribir.
Totalmente cierto, a mí me suele salir bastante comedia romántica y es un género que por lo general no me gusta nada. Por otra parte, a veces creo que tengo un mensaje pensado para el guión y a medida que va evolucionando la historia se convierte en uno distinto. Una de las cosas más bonitas de escribir es que también puedes llegar a sorprenderte a ti mismo.
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