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Por Juanjo Ramírez Mascaró.
A todos nos ha pasado: Algo rechina en una historia y pensamos que no hay quien se lo crea. Entonces alguien se justifica con un clásico entre los clásicos:
“Es que así fue como ocurrió en la realidad.”
Yo en esos casos me acuerdo de este tweet de @Cuentalo_bien :
Lo siguiente es pensar en todo aquello que nos contaban en el preescolar de la escritura: El concepto de “verdad vs verosimilitud”, Poética de Aristóteles, etc. El hecho de que algo sea verdadero no implica necesariamente que sea verosímil.
La realidad tiene permiso para recurrir al “deus ex machina”, pero nosotros no.
Cuando seamos dioses, comeremos huevos.
Mientras seamos autorcillos humanos, sin embargo, nuestras realidades de juguete han de ser más sencillas, más comprensibles y más soportables que el Cosmos éste que nos alberga.
Siendo generosos, quizá el escritor pueda compararse, como mucho, con el dios Prometeo: Empieza queriendo compartir la sabiduría suprema y termina castigándose el hígado.
¿Y qué decir sobre el tema de las coincidencias fortuitas? Me atrevería a asegurar que más del 90% de los atentados contra la verosimilitud tienen que ver con ellas. Sincronicidades, serendipias, chapuzas sacadas de la manga…
Yo llegué a cerrar para siempre un libro bastante conocido cuando, por segunda vez en pocas páginas, cuestiones importantes en la trama se resolvían porque la protagonista se cruzaba “casualmente” con alguien. Y sin embargo esa clase de cosas suceden todos los días en el mundo real. La vida funciona así. De repente piensas en alguien con quien no hablas desde hace siglos y al día siguiente te encuentras a esa persona por la calle, o te llama por teléfono. Si hojeas los periódicos o intercambias anécdotas, llegas a la incómoda conclusión de que el mundo está muy mal escaletao.
No, en serio: Si Dios trabajase diseñando tramas en una productora lo habrían despedido a los dos días. O lo habrían ascendido a director general de algo, como parece ser el caso.
Casualidades e incoherencias por todas partes.
Hay quienes lo atribuyen a la mera casualidad. Según ellos, este tipo de coincidencias suceden todo el tiempo de manera aleatoria pero sólo prestamos atención a aquéllas que tienen significado para nosotros, descartando las demás. Otros consideran esa clase de sincronías un indicio de que existe algo más. Algo que llamaremos “magia” hasta que, tarde o temprano, la Ciencia logre explicarlo de forma más prosaica.
Nosotros no necesitamos decantarnos por una opción u otra. No somos físicos, ni estadísticos, ni filósofos. Somos escritores, o fingimos serlo.
Lo que sí nos conviene, en mi opinión, es decidir si EN EL UNIVERSO FICTICIO DE NUESTRA HISTORIA existe o no esa magia. De ello dependerá que el público acepte o no las coincidencias fortuitas. Si una ficción está bien diseñada, siempre hay en ella cierto discurso o cierto aroma que, aunque sea de manera tácita, establece si existe ahí un Destino o si todo lo que sucede en él es puro azar. Cuando se trata de una historia no importa que el espectador crea o no en la magia, sino que dicha magia esté o no contemplada en el funcionamiento interno de esa historia en concreto.
Por muy creyente que sea una persona, no aceptará una coincidencia mágica en una historia si no hemos “sembrado” en ella el concepto de Destino. Del mismo modo, la persona más “racional” del mundo aceptará encantada la coincidencia mágica si hemos incorporado esa posibilidad en la ecuación.
Tan sencillo y tan de Perogrullo: Lo esencial es establecer unas “reglas del juego” que no tienen por que coincidir necesariamente con las que rigen nuestra realidad.
A veces es bastante obvio: Empiezas el cuento hablando de la profecía de turno, anunciando la llegada del “elegido”…
A veces inviertes algunos minutos de metraje en relatar concatenaciones de causas y efectos significativas, oportunas… al más puro estilo Amélie.
A veces basta con que llueva cuando alguien diga que “podría ser peor: podría llover.”
A veces estás contando el cuento de La Cenicienta o la saga de Evil Dead y el simple hecho de establecer prohibiciones arbitrarias sumerge al espectador en un contexto mágico.
En las series de televisión, por ejemplo, el propio formato acaba siendo una especie de contrato en el que hacemos ciertas concesiones. Aceptamos casi como “licencia poética” que asesinen a alguien cada vez que Jessica Fletcher visita a algún pariente, o que la mitad de las aventuras del Doctor Who, independientemente del rincón del universo en que se encuentre, resulten estar relacionadas con asuntos que le afectan directamente a él o a sus acompañantes.
Por otra parte, la naturaleza pesimista del ser humano le hace más proclive a aceptar la existencia de la providencia divina cuando ésta resulta ser especialmente cabrona. En Pixar trabajan con una máxima: Las coincidencias funcionan cuando sirven para meter al personaje en apuros, pero no cuando sirven para solucionarle un problema.
En los guiones del coyote y el correcaminos, por ejemplo, trabajan con una regla distinta: Todos los percances que sufre el coyote tienen que estar provocados por su propia torpeza o por el funcionamiento defectuoso de los productos ACME.
Distintas formas de configurar nuestros mundos de juguete, quizá porque también son distintas las razones por las que cada uno escribe.
Acaso algunos cuentan historias porque perciben el mundo demasiado sobrio, demasiado mecánico… y se refugian en universos inventados en busca de una magia que no encuentran en éste.
Acaso otros perciben el mundo como algo tan mágico que asusta: caótico, irracional, impredecible… Ésos reaccionan inventando historias en las que, al contrario de lo que ocurre en nuestras vidas, todo pasa por algo, todo tiene un porqué.
A veces escribir es ensamblar un andamiaje, una prisión para el caos, unos braquets que enderecen la dentadura torcida del Cosmos, la sonrisa inquietante, sobrehumana… que no sabemos – o no queremos – descifrar.
>> Si Dios trabajase diseñando tramas en una productora lo habrían despedido a los dos días.
Me ha recordado a: https://www.reddit.com/r/AskReddit/comments/1qoyn2/assume_all_of_world_history_is_a_movie_what_are/
Según lo veo yo la verosimilitud de lo que hacemos es siempre “sujeto” de debate. Es un concepto tan subjetivo que sirve para hacer, o deshacer según el criterio de quien toma las decisiones (especialmente en las series). Hay mil interpretaciones, pero lo más sólido que he leído al respecto de la frase “así fue como sucedió en realidad” es el comentario de Umberto Eco en una de sus conferencias, que vino a decir que: “Lo único que es inmutable, que no está sujeto a opniones, es la ficción. La realidad es subjetiva”.Hasta los más crueles dictadores de la historia han tenido defensores que argumentaban a su favor, pero “Sauron”, siempre será “Sauron”. De modo que ese “No hay quien se lo crea” debería ser aplicable sólo a los políticos, y no a nuestros personajes. Digo yo.
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