por Sergio Barrejón.
Debo de ser un escritor lamentable. Porque desde que publiqué, hace un par de semanas, un post cuyo subtexto venía a ser “dejad de mandarme guiones, que no tengo tiempo de leerlos, y en muchos casos ni siquiera ganas”, me han llegado montones de correos de guionistas jóvenes pidiendo que me lea sus guiones.
He leído y releído aquel post y no debo de ser buen escritor, porque yo creo que el mensaje está bien explicado, no sabría cómo mejorarlo significativamente. Así que he llegado a la conclusión de que el error tal vez no esté en el emisor, sino en el receptor.
Como explica George Lakoff en su revelador libro No pienses en un elefante, las personas tendemos a fijar nuestro pensamiento en forma de “marcos”. Y tendemos, por tanto, a rechazar aquellas ideas que no “encajen” en el marco. El triunfo de una idea rompedora, argumenta Lakoff, necesita de la creación previa de un nuevo marco de pensamiento. Porque si intentamos encajarla en marcos obsoletos, la gente tenderá a rechazarla. Y es que al cerebro le resulta más fácil aceptar marcos nuevos que desechar marcos que ya están en uso. La conclusión, por tanto, es: “No discutas con tu adversario usando su lenguaje. Crea un lenguaje nuevo”.
Podría pasarme horas hablando de esto –y no lo haría tan bien como Lakoff– pero vamos a lo que vamos: he llegado a la conclusión de que no tiene sentido decir a los aspirantes que no te manden sus guiones. Porque ellos funcionan con un marco de pensamiento que les empuja a ello. Les han contado que ésa es la manera de entrar en la industria, y decirles ahora que “no, ésa no es la manera” es simplemente discutir con el lenguaje del adversario. Intentar encajar en su marco algo que no entra. Así que habrá que empezar de cero:
HOLA CHAVALES, ¿QUÉ TAL?
Hoy os voy a dar mi opinión sobre cómo tenéis que vestir. Tíos: se acabaron las camisas de cuadros, los pantalones pitillo y las barbitas recortadas. A partir de ahora os quiero afeitados, con chaqueta, camisa por dentro y chinos. Y zapatos negros o marrones, nada de deportivas.
Y ahora pasemos a las chicas y mis opiniones sobre la altura del tacón, el largo de la falda y la conveniencia o no del maquillaje.
¿Queréis escupirme ya o tengo que seguir un poco más?
¿Queréis que pase a deciros qué música tenéis que escuchar y por qué deberíais ser vegetarianos?
No, ¿verdad? Porque NADIE me ha pedido mi opinión. Porque vosotros sabéis mejor que nadie lo que tenéis que poneros o lo que tenéis que escuchar.
¿Estamos de acuerdo en esto?
OK. Ahora explicadme por qué, en el nombre de Dios, me pedís mi puñetera opinión cuando se trata de vuestros guiones, que son –o deberían ser– mucho más importantes en vuestra vida que esos ridículos pantalones pitillo o esos insalubres tacones de aguja.
¿Qué sentido tiene que tú, estudiante de Comunicación, con un Máster de Guión y 28 añazos bien puestos, le pidas su opinión sobre tus guiones a un cuarentón que se gana la vida con las telenovelas?
La hora de pedir permiso para ser guionista se acabó. El que escribe guiones es guionista, y el que pide opiniones es estudiante. Y el que sigue estudiando al filo de los treinta, ¿sabéis lo que es? Es SOSPECHOSO.
Escribir es decirle al mundo: “Aquí estoy yo, y así es como veo las cosas. Y si no te gustan, búscate otra cosa que leer”.
Pedir opiniones es lo contrario a escribir.
Entiendo que has crecido en una sociedad entre cuyos marcos de pensamiento se hallaba uno que decía: “Si vas a la Universidad saldrás con trabajo y tendrás un futuro digno”. Entiendo que has madurado en una sociedad donde uno de los programas más vistos de televisión era uno que te decía que “si te eligen para esta academia y sigues las indicaciones de tus profesores, al final te espera EL TRIUNFO”.
Entiendo que todo eso ha podido influir en tus marcos de pensamiento. Pero eh, mira a tu alrededor. El plan no funciona. Nos han engañado. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos enviando emails como una polilla dándose contra una bombilla o intentamos otra vía?
Habéis estado AÑOS escuchando a profesores deciros cómo tienes que hacer las cosas. Y, seamos serios, la mayor parte de lo que habéis oído eran gilipolleces. Os parecían gilipolleces cuando las oíais. Habéis aguantado sentados en la silla porque se suponía que eso es lo que había que hacer. He visto las caras de muchos de mis alumnos. Decían: “Menudo gilipollas”. Y probablemente tuvieran razón.

Yo, dando clase. Ved las caras del personal. “¡Matadme!”, están pensando.
¿Por qué le sigues pidiendo la opinión a gilipollas? ¿No has tenido ya bastante?
¿De qué puede servirte mi opinión? Si te digo que tu guión es muy malo, ¿qué vas a hacer? ¿Comértelo? Lo más seguro es que no me creas.
¿Y si te digo que es muy bueno? Ahí es más probable que me creas. Pero ¿de qué sirve? ¿Qué vas a hacer con esa información? ¿Lo vas a poner en la portada? “Al gilipollas ése que escribe en un blog le ha gustado”. Como reclamo para productores no suena muy prometedor.
La única opinión que te interesa es la de la gente que podría invertir su tiempo, su talento y/o su dinero en tu trabajo. Punto final. ¿Has escrito un guión? ¿Tu conciencia te dice que es bueno? Enséñalo a gente que haga producción. Enséñalo a actores (no a colegas con gracejo, a ACTORES de verdad). Enséñaselo al concejal de Cultura de tu pueblo. Enséñaselo a tu tío político. Sí, el frutero, ése que compró un piso a tocateja. Pídele pasta.
La única excepción que conozco a esto son los compañeros de clase con los que sintonizabas especialmente. O ese puñado de amigos que se dedican a esto y que ven la vida y el cine de una manera afín a la tuya. Las opiniones de esa gente pueden serte útiles. La mía no.
Existe, naturalmente, una manera de rentabilizar la opinión de un profesional, que es pedirle un análisis. Que sea lea tu guión tres o cuatro veces, lo subraye, lo anote, y te escriba un informe de varias páginas. Pero eso, lógicamente, cuesta dinero. Y no es de eso de lo que estamos hablando. Estamos hablando de que tienes que equivocarte. QUIERES equivocarte. Necesitas hacer un par de cortos malos. Tus cinco años de carrera, el máster y los diecisiete seminarios no son NADA comparado con lo que vas a aprender de ese corto HORRIBLE que te empeñaste en hacer.
Pedir la opinión de alguien que no va a trabajar contigo es un subterfugio, un parapeto, una defensa contra la terrible evidencia de que ahora el que opina aquí eres tú.
Tú eres el autor.
Tú has escrito esta mierda.
A ti te toca defenderla en público.
Y sí, es muy probable que la gente LA ODIE. ¿Y qué? Dime qué autor de los que admiras no se dio una vez una bofetada monumental. Sal ahí a buscar esa bofetada. Cuanto antes te lleves la primera, mejor. Porque es la opinión del público –pero como público, no como lector a lector- la que te interesa, la que te va a dar de comer.
Una vez asistí a un taller de teatro que impartía José Luis Alonso de Santos. Al final del taller, un alumno se le acercó y le preguntó si podría leerse una obra que había escrito, a ver si era buena.
—Es muy buena— dijo Alonso de Santos.
—P… pero si no se la ha leído.
—Bueno, pero la has escrito, ¿no? Toda enterita. Y la has encuadernado, y se la quieres enseñar a tus profesores. No harías todo eso si no fuera buena, ¿verdad?
Me pareció una manera brillante de quitarse de encima a aquel pesado. Yo voy a probar otra. Al próximo desconocido que me envíe un email con un guión adjunto le contestaré diciendo:
—He leído tu guión. Es una basura. Métetelo en el culo y no vuelvas a escribir nunca nada, fracasado.
Si el que me lo envía es escritor, le importará un carajo mi opinión.
Si el que me lo envía le da la más mínima importancia a esa contestación… es que no es escritor.
Y para ser coherente con mi opinión sobre las opiniones, los comentarios a este post quedarán cerrados. Que tengáis un buen día.