REPITA, SIEMPRE TOCA

por Carlos López

Todos los guionistas tenemos, al menos, una cosa en común: estamos en esto por vocación. Los he conocido con más o menos amor propio, vagos o disciplinados, a favor o en contra de la escaleta, con Mac o con PC, pero todos somos guionistas porque nos gusta el cine y la televisión, porque nos gusta escribir ficción y probablemente es lo que mejor (o lo único que) sabemos hacer. Somos guionistas porque queremos. Mejor dicho, porque queríamos y nos ha costado no poco esfuerzo y suerte convertir nuestra afición en profesión. Este asunto de la vocación, que suena tan hermoso, es la fuente de todos nuestros problemas, porque históricamente somos un gremio que ha permitido que le exploten con tal de que los guiones salieran de su cajón. Dicho de otro modo: como saben que trabajamos en lo que nos gusta, nos aprietan las tuercas hasta que nos dejamos, que es mucho.

Alto. Hoy no toca soflama sindical. Pretendía ir en otra dirección, a partir de una premisa que es una de esas pescadillas que se muerden la cola: trabajar en lo que te gusta obliga a que te guste tu trabajo.

Me explico. Hace años, un productor –eso ponía en su tarjeta– me pidió que le entregara un guión para presentarlo a una televisión, asegurándome que lo vendería sin problemas porque ya lo tenía todo hablado. Le daba igual si era comedia o drama, actual o de época, caro o barato. Insistía: tú dámelo, que yo ya lo tengo todo hablado. Como yo le respondí que no tenía una cartera llena de guiones listos para repartir, me invitó a que escribiera uno. Eso sí, tenía que ser antes de una semana, porque el plazo —siempre hay un plazo— vencía en una semana. Lo siento, repliqué con cierto alivio, yo necesito más de una semana. Y el productor, que no se hacía a la idea de que por mi culpa fuera a perder el negocio, usó su último cartucho para convencerme: Venga, hombre, si a te gusta escribir… qué más te da… escríbete uno, aunque sea uno malo.

No sé escribir un guión malo. Otra cosa es que me salgan mal, alguno incluso para echarse a llorar, pero yo intento hacerlo bien. No concibo otro método: necesito que me guste lo que escribo. Por eso me peleo continuamente conmigo mismo, no me conformo con lo primero que se me ocurre, quiero encontrar la solución más sencilla, la más expresiva. La que me guste. A veces me torturo demasiado, puedo llegar a insultarme si la jornada se tuerce, pero hay días en que creo que he visto la luz. Son los días en los que se me ocurren ideas que merecen calificativos sagrados: perfecta, maravillosa, genial. Creo sinceramente que, para reunir la fuerza de voluntad que se necesita para terminar un guión, en algún momento de su escritura debemos tener la sensación de que estamos alumbrando algo que va a cambiar la historia del cine, o marcará un hito en el lenguaje televisivo, o se llevará todos los premios del año. O las tres cosas. Es una pretensión fugaz, una traca que sirve para acabar la página, porque esa sensación se diluye por completo en lo que la idea tarda en llegar de la cabeza al teclado: cuando la vemos escrita, lo genial se ha quedado en simple, tal vez ridículo. Hay que arroparlo, cambiarlo de sitio, darle la vuelta. Hasta que acaba por encajar. Es nuestro. Nos gusta.

Ese balanceo constante de amor y rechazo es nuestro campo de batalla diario. Cuanto más implicados estemos en el proyecto, mayor es el sufrimiento y mayor el sentimiento de recompensa, claro. Pero incluso en los encargos más bastardos, me parece imposible poner la palabra FIN sin haberme inyectado una buena dosis de entusiasmo. Como además la escritura del guión –de las primeras versiones, al menos– coincide con el momento feliz del proyecto, cuando todo son esperanzas, promesas y buenos augurios, cuando se respira ilusión, parece que nuestro trabajo consiste en volcar esa ilusión en unos folios que la impresora reparte como si fueran regalos para el equipo. En ese momento, esa corriente de entusiasmo es precisamente la que hace posible que el proyecto se ponga en marcha, ya sea un corto, un largo o una serie. A partir de aquí, cada proyecto sigue su camino. Los hay que no abandonan el viento a favor y llegan a puerto como campeones. Son pocos, la verdad. La mayoría llegan a trompicones, con la tripulación maltrecha. Otros naufragan por el camino. Y algunos, más de los que uno imagina, no acaban de cuajar y van dando bandazos, se dejan llevar por la inercia, cambian de rumbo hasta olvidar adónde iban.

Barton Fink no encuentra el entusiasmo.

Muchas veces, en esos proyectos que han perdido el norte, se le pide al guionista que siga trabajando. Él, que fue el primero en entusiasmarse, tiene que escribir sin ganas, sin perspectiva, sin saber muy bien cómo ni para qué. En mitad del bajonazo. En proyectos que siguen a la deriva, han encallado en alguna playa desconocida o se ruedan como un buque fantasma, sin nadie al timón. Si uno coincide con colegas en alguna parte, en una reunión o en el súper, en la conversación surge con frecuencia el zombie en el que se ha convertido aquella película o serie de la que nosotros mismos, hace sólo unos meses, hablábamos maravillas.

La serie que no tiene padres

La cosa sucedió más o menos así. Te llama el director, quiere trabajar contigo. Entras a formar parte del equipo de guión, hay buen feeling desde el principio. La productora está encantada, la cadena tira cohetes. Rematamos las tramas de la primera temporada y todo el mundo las encuentra estupendas. El reparto comienza a cerrarse según lo previsto: nada de caras conocidas, talentos nuevos que se suman apasionados al proyecto.

Meses después, sin embargo, el panorama ha cambiado radicalmente. Te convocan a una reunión urgente para reescribir un capítulo ya rodado y montado. La reunión es en plató. Llegas y aquello parece la morgue. De camino a la sala de la reunión te cruzas con un sinfín de caras largas. Da igual a quien preguntes, todos se encogen de hombros y dicen que no entienden. Cada cual le echa la culpa a otro. El director dice que el productor no le defiende; el productor, que el director no hace caso a la cadena; la cadena, que a la serie le falta gancho, que lo de los actores desconocidos no le ayuda; los actores, llorando por la esquinas porque les piden lo contrario que hace un mes; en producción, haciendo números que nunca cuadran porque nadie contó con rodar tres veces el piloto… Y los guionistas, finalmente, que no reconocen los capítulos porque han pasado por siete manos y cuatro informes de dos diferentes analistas de la cadena. Así que todo el mundo trabaja porque tiene un contrato. No hay más razones. Nadie siente la serie como suya en lo más mínimo. Los montadores pegan el material como pueden, cabeceando a cada poco: esto tiene mala pinta.

Series y películas sin padres hay muchos. No son lo que parecía que iban a ser, a fuerza de jugar con la pelota la han pinchado. El problema es que las semanas van pasando y tú tienes que seguir entregando capítulos. Y cuesta mucho encontrar la motivación para escribir cuando el ambiente está así de enquistado. A ti te pidieron una merluza a la plancha, se la diste, y ahora van y te piden que se la hagas a la romana; y cuando se la das, te la devuelven otra vez diciéndote que mejor al horno. ¡La misma merluza! Imaginaos cómo llega a la mesa.

En otra serie que ahora recuerdo, el arreglo que se nos pedía era un imposible. La serie lucía en su portada un concepto en letras del cuerpo treinta y ocho: COMEDIA ROMÁNTICA. Bueno, cuando llegó la estrella —gracias a la cual se había firmado el contrato con la cadena­—, dejó claro que su personaje no iba a besar a nadie y que lo de hacer reír le parecía barato. Así fue: ni un beso, ni un chiste. Comedia romántica.

Lo más fuerte es que esto no quiere decir que la serie vaya a ser un fracaso. En el primer caso, no fue así. Pero al espectador suele llegarle el aroma a fritura quemada. Y ni se molesta en mirar.

La película menguante

Otro caso frecuente: entras en un proyecto de largometraje para el que, te dicen, no hay cortapisas. Te piden expresamente que no te cortes, la financiación está casi cerrada, una televisión a punto de firmar, la actriz cuyo nombre abre todas las puertas está encantada con la idea. Pese a todo, evitas incluir en el guión persecuciones imposibles, canciones carísimas ni más efectos de los imprescindibles. El calendario del largometraje se estira como un chicle: te hablaron de rodar a primeros de año y, después de muchas reuniones e informes, llega septiembre y todo parece empantanado.

Mientras se esperan buenas noticias como quien consulta el parte meteorológico, no se les ocurre nada mejor que pedir nuevas versiones del guión. Básicamente,  someterlo a una dieta salvaje. Dos personajes menos. Quince páginas menos. Doce secuencias menos. Menos exteriores naturales. Voz en off. Es otra película, dices tú. Y ellos te replican, se lo has puesto a huevo: más de personajes, más de verdad. Tú te sientas al ordenador y te sientes como Barton Fink cuando trataba de apañar aquella absurda historia de boxeadores. Entonces ves que en tu corchera sigue pinchado el esquema de la primera versión, junto al cuadro de los personajes. Y te suena todo tan extraño que si no lloras es porque tienes miedo de que te dé calambre el teclado.

Aún así, eres obediente. El guión se queda en los huesos y eso es lo que, con un poco de suerte, terminan por rodar. El dinero no da casi para banda sonora y, por supuesto, el cartel lo hace un amigo y para la publicidad se admiten ideas.

El hermano irreconocible

Una variante del ejemplo anterior. Tiene una ventaja: cuando llega el momento del bajón, ya no tienes que escribir. Un inconveniente: el bajón te pilla tan de sorpresa, que casi necesitas medicación.

Ya sabemos el primer tramo de la historia. Entras a trabajar, palmadas en el hombro, sonrisas de oreja a oreja, palabras de aliento infinito. Entregas tu guión, luego rematas un par de versiones más con los cambios sugeridos y punto final. No vuelves a saber nada de la película (o serie) hasta el momento del estreno. Unos días antes tienen la delicadeza de invitarte a un pase. En buena hora: cuando ves el resultado, no entiendes nada.

Te despediste del proyecto hace menos de un año. Entonces vivía contigo, no os separábais desde que nació, era prácticamente tu hermano. Y ahora, no lo reconoces: lleva barba, o se ha cambiado el sexo, o se pincha, o viste falda escocesa, no sé… El caso es que tiene algo que te resulta familiar, que recuerda vagamente a ti, y muchas otras cosas que no sabes de dónde las ha sacado. Esa es la película que lleva tu firma. Y de la que luego oirás decir por ahí: ya la he visto, sí, no me gustó el guión.

Bajonazo.

El estreno fugaz

Todos los anteriores ejemplos pueden tener, además, un agravante. Meses de escritura, meses de rodaje, meses de montaje… y una semana de exhibición. En los cines, te juegas todo a una carta: lo que suceda el primer fin de semana. Dependes de si en la sala de al lado está Tom Cruise, de si llueve o hace sol, de si hay partido del siglo en televisión. Nada sirve como pretexto: el lunes se dicta sentencia. Una semana después te llaman tus amigos para decirte que les gustaría ver tu película pero que no tienen coche (ni ganas) para coger la M-40 y meterse a verla a las cuatro, la única sesión que le han dejado.

No es el electro del guionista. Es el señor Share.

En televisión sucede algo parecido. Se madruga para recibir los datos de audiencia, se estudian las curvas minuto a minuto. A ti se te ocurre criticar que el capítulo haya empezado tres cuartos de hora más tarde de lo anunciado y te responden que gracias a eso tienes tres puntos más. Ah, vaya. Y añaden que han cotejado las bajadas de rating y coinciden con las escenas de un personaje en concreto. Reunión urgente para decretar la muerte del personaje. En mitad de la reunión llega una llamada de la cadena: cambian el día de emisión. ¿No va a ser peor? La respuesta es irrebatible: peor no podemos estar. Y sin embargo, a la semana siguiente todo es mucho peor. Tanto, que la cadena corta la grabación. De golpe.

En mitad del bajón, a ti te toca escribir el gran zurcido. Tienes un bonito mapa de tramas que ocupa una pared. Trece capítulos. Tienes que rematar todas las historias en el capítulo seis. Y que parezca coherente. Difícil de escribir con entusiasmo.

La parálisis permanente

Hay proyectos que encallan en la primera piedra que encuentran. Y ahí se quedan varados hasta nueva orden. De vez en cuando te llegan noticias que no son tales, amagos de volver a arrancar, espasmos involuntarios del cadáver. Los suelen tomar como pretexto para que escribas una nueva versión. Si te pagan por ello, es posible que te convenzan para dar esa vuelta al guión que va a ser la definitiva. Y vas y lo haces, porque si algo no soportas es que digan que se ha parado por tu culpa. Entregas la versión y pasan meses sin saber nada.

La parálisis llega, a veces, por decreto. Como las noticias de la semana pasada, lo habéis podido leer en este mismo blog estos días, cuando la cadena nodriza decidió echar el freno de mano y allá te las compongas si te ha pillado cuesta abajo. Quizá por eso escribo sobre bajonazos. Quizá por eso tenga esta mente dispersa. Uno nunca aprende. ¿Le habías puesto demasiado entusiasmo al proyecto? Sí, otra vez. ¿No puedes escribir sin implicarte? Me temo que no.

Si uno supiera de antemano qué proyectos van a llegar a la otra orilla sin contratiempos, todo sería mucho más fácil. Pero cuando te los ofrecen, es difícil de adivinar. El que parece un marrón suele serlo, pero los demás puede que escondan dentro la película del año o el fiasco de la década. Quién sabe. Por mucho que las mires, te puede pasar que la primera pipa de girasol que te llevas a la boca sea, precisamente, la única rancia de la bolsa.

Hablando de pipas de girasol (y perdón por la cita viejuna). Cuando yo era un niño, una marca de frutos secos ofrecía premios seguros en cada bolsa. Para saber si habías tenido suerte tenías que comerte todas las pipas, porque el papelito aparecía al final. Lo desdoblabas y leías una y otra vez el mismo mensaje: “Repita. Siempre toca.” No recuerdo en qué consistían los premios porque nunca me tocó ninguno. Daba igual. Al día siguiente, compraba otra bolsa.

43 comentarios en «REPITA, SIEMPRE TOCA»

  1. Otro que arranca hablando de sí mismo, pasa a contar la historia, y termina una reflexión suya.
    Otro que necesita que lo arrojen por la ventana.

    1. Cramp, es que me pone lo fácil que se enciende.

      Además, “yo entro aquí a decir lo que me da la gana” y “si no le gusta, que se joda” (suscribo sus propias palabras).

      Pero, vamos, que sí, que ya lo dejo… por hoy

  2. El post viene a constatar aquella conocida máxima de que “nadie sabe nada”. Pueden buscar todos los argumentos que quieran para justificar cualquier circunstancia, pero en realidad lo único que demuestran es que no tienen ni puta idea de lo que están haciendo. Por ello, por que el margen de incertidumbre es muy ancho e imprevisible, ¿por qué no empezar a hacer las cosas con un poco de calma y sentido común? Lo apuntaba muy bien Fernando Hugo en su comentario de la entrada de ayer.

    1. Nada más lejos de mi intención, hoy y siempre, que echar las culpas a los demás. Al contrario, suelo atribuirme las faltas de otros, actitud que, pese a lo que opinan muchos, tiene mucho que ver con el trabajo de un guionista.

      Solo pretendía asomarme a la mesa del guionista que, cuando vienen mal dadas, tiene que seguir escribiendo, y si es posible hacerlo con ganas.

      Y sí, nadie sabe nada.

    2. Carlos,
      No lo decía por ti sino por lo que cuentas. Pido disculpas si no he sabido expresarlo mejor. Lo que cuentas es suficientemente ilustrativo del estado de las cosas y de como funcionan. Y funcionan mal porque nadie sabe nada a pesar de querer aparentar que para todo hay una explicación. Pero insisto que no lo decía por ti sino por lo que cuentas.

  3. Somos la mosca que va a la luz, impelida por el estímulo. A veces la luz se apaga, pasa a menudo. Pero la luz no tarda en volver y nos lanzamos a ella de nuevo, sin importarnos las consecuencias. Sabemos que a veces la luz da chispazos y puede matarte. Pero sobrevivimos, porque somos supermoscas, cabezonas y voluntariosas. Es la luz la que nos da motivos para seguir escribiendo a pesar de las quemaduras. La luz es importante, sin ella las moscas sólo sobrevolarían la mierda.

    No sé si me he pasado de vueltas con la metáfora, pero vaya, que la luz es la pasión que a uno le conmueve : )

    MUY buen post Carlos, felicidades.

    Salud!

    1. Moscas zumbonas, muy buena imagen. La luz y la mierda… Jaja, entre las dos nos movemos, está claro, las dos atraen. Gracias, y también a Martín Piñol y a profesorguapito por sus comentarios. Saludos.

  4. Felicidérrimas por tu escritura y gracias por recordar que entre tanto pesimismo, los guionistas estamos aquí porque nos gusta.
    Abrazo.

    1. La verdad es que no sé si mi post es optimista o pesimista. Incluso no saberlo puede ser un síntoma de pesimismo. ¡Sorpresón verte por aquí, Jaime!

  5. Qué pena, qué lástima: mientras más leo experiencias de profesionales del gremio (¡y de profesionales que son respetados!) más asco me da cómo funciona el cine y la tele en este país.

    Si esto os pasa a vosotros, imaginad a los que estamos más en los alrededores. Y no sólo sucede en las series: en cualquier tipo de formato. Hace poco, una amiga, para un proyecto de documental, ha tenido que casi llevar de la oreja a su productor para que escuche cómo funciona la producción. A un productor. Uno que no sabe qué contratos se usan para un guionista. Uno que le pide a esta amiga mía que haga otras funciones; que no sabe que hay que pagar las dietas de desplazamiento. Uno que quiere aspirar a ayudas europeas. En fin.

    Lo que no sé es cómo salen adelante las cosas. O bueno, sí; salen como salen. Y lo peor es que cuando algo se estrella, ninguno de estos jerifaltes de televisión se plantea si es que ha hecho algo mal.

    En fin. Voy a irme a dormir, a deprimirme y a pensarme si, si salgo del paro, no será buscando cualquier otro trabajo. Porque pese a que guste, no sé si merece la pena, la verdad.

    1. Gracias, Fernando. Claro que merece la pena, sigo creyéndolo, aunque es verdad que la pena es grande. Esta es una profesión ingrata. Lo ha sido siempre, aquí y en cualquier parte del mundo, ahora y en los inicios del cine. Cada guionista que veas en lo alto ha resistido tormentas de aúpa que se han llevado a docenas por delante, y tampoco tiene nada conquistado ni seguro: las ojeras le traspasan.

      El problema es que a la crisis digamos endémica se han sumado dos crisis más de feroz e inédita envergadura: la económica y la del modelo de negocio. Tenemos un arma para sobrevivir, a la que podemos agarrarnos como tabla de salvación en el naufragio colectivo: el teclado.

      Y productores los he conocido, en efecto, descerebrados, chapuzas y rapiñosos. Si algo hace falta en la industria son buenos productores. Sin duda. Pero tampoco es fácil: yo mismo me metí a productor creyendo que sabría hacerlo y salí poco menos que escaldado.

    2. No, si sé, sé bien, que si te gusta la ficción, si te gusta crear personajes, darles acción, crearle diálogos, inventar historias… es un enganche. El problema es que hay mucho aprovechado de aquello del “hombre, házmelo por 100 euros, si en realidad es bueno para tí, que sé que te gusta hacerlo”.

      Eso, en el extremo. Pero ni siquiera hace falta irse tan lejos. Otra variante es la de “vamos a levantar una película para el próximo mes, que llegan las subvenciones”. Y la cara que te ponen cuando explicas que un guión es, en realidad, como una novela. Aunque luego no todo salga en la propia historia, hay que trabajar mucho muchas cosas antes. O sea, que un mes, como que no.

      Pero claro, siempre encuentran a alguien (si es guionista o no, no les parece relevante) que le saque adelante un texto que dicho productor juzgue “potable”.

      En fin, habría que hacer estadísticas acerca de cuántas personas con talento se quedaron en el camino, cansados o asqueados. O quién sabe, a lo mejor se pierden guionistas y se ganan novelistas.

    1. A mi con los proyectos me pasa igual que con las colas de las cajas del súper: siempre elijo la que se atasca. A la vista está.

  6. Fantástico texto, Carlos. Y en algunos momentos, imprescindible para todo aquel que quiera dedicarse a esto. Un abrazo.

    1. Gracias, compañero. A mí me las pintaban horrendas cuando quería entrar en esto. Y hoy, pese a todo, muchos quieren trabajar en este oficio. Qué tendrá…

    2. Sí… Ja, ja, ja… Un día, el Jacinto (que era como el Robin Williams pero en bajito y escuchimizao, vestido como un homeless) a dos colegas y a mí, que eramos clientes fijos (debíamos tener 11 años), nos dijo agradecido y emocionado porque cada día le comprábamos algo:” Mecaguen la leche… Como me toque una quiniela, voy a montar un puticlub de lujo y vais a pasar siempre gratis, chavales…”.

      Podrá parecer un contraentido, pero son de las palabras más tiernas y entregadas que nadie me ha dicho nunca.

  7. Acabo de leer que las televisoras españolas extienden el tiempo de anuncios mas alla de lo permitido porque les sale mas rentable pagar las multas que respetarlas, no se que tanta relevancia tenga en este articulo pero al menos de curiosidad sirve

  8. Me ha encantado tu texto, y aunque suene mal decirlo… te lo diré: envidio todos esos problemas a los que haces referencia: que te cambien el guión, que no salga adelante el proyecto, etc… me encantaría que los viernes por la tarde pensase en la sufrible reunión del próximo lunes con el productor de turno, o envidio… tu trabajo. Aunque sea de Perogrullo, prefiero todos esos problemas a tener un trabajo monótono, el cual no te gusta nada, en una fábrica… Y con esto no te digo: “oye no te puedes quejar porque trabajas en lo que te gusta”, lo puedes hacer, es más creo que debes hacerlo, pero además que dices que te encanta escribir recuerda lo que dicen los chinos: “cuando haces lo que te gusta, no es trabajo”. Pues eso, me alegra que trabajes en lo que te gusta.

    1. Espero que nada de mi texto haya sonado a queja, no me gusta qujarme y, como dices, no debo: me siento afortunado. La primera vez que me pagaron por un texto se me saltaron las lágrimas. Un saludo.

  9. Me parece que el de guionista es uno de los oficios en los que las expectativas y los resultados están más alejados las unas de los otros. No se me ocurre ningún otro (y seguro que lo hay).

    Sin duda que tener tan poco control sobre lo que pasa con lo que se crea debe ser una fuente constante de frustación. Casi me atrevo a decir que es anti-natural porque si hay algo de lo que el ser humano abomina es de no tener la sensación de que controla su alrededor, aunque la mayor parte de las veces no sea más que eso, una sensación en absoluto respaldada por la realidad.

    1. Uno escribe convencido de que es un autor, y luego se da cuenta de que, en realidad, forma parte de un equipo. Y ese equipo se reparte las hojas de tu guión como los pintores despliegan un periódico por los suelos cuando van a pintar. Las dos cosas son necesarias: que uno crea en la importancia de lo que está escribiendo y que los demás se pongan encima de tu trabajo para hacer el suyo.

  10. Coincido casi milimétricamente en toda esta teoría, salvo en el lugar desde done la enuncias. Pareciera que al final, todo el proceso creativo arruina un guión de puta madre, cuando sabemos que en un 98% de los casos, en España al menos, partimos de un guión de factura mediocre a mala. Habría que verificar si este proceso maldito, que llega inoportuno a destrozar una joya, puede gozar del beneficio de la duda, o mas bien, de el dudoso honor de arruinar un fajo de hojas defectuoso.

    1. “Pareciera que al final, todo el proceso creativo arruina un guión de puta madre, cuando sabemos que en un 98% de los casos, en España al menos, partimos de un guión de factura mediocre a mala”.

      Lo sabrás tú, porque yo lo que sé es muy a menudo lo contrario. Otro caso es, cuando productora o cadena ya han metido mano y entran a escribir guiones guionistas que simplemente obedecen al desatino porque no les queda otro remedio.

      Francamente, no creo que lo que le falten a este país sean guionistas. Ni actores. Mira más arriba en la cadena de producción, Norber. Y no confundas tu opinión con estadística. Porque eso es mentir dos veces.

    2. Además: dices estar de acuerdo con lo escrito, pero “no desde donde se enuncia”. Carlos López, que yo sepa, es guionista (no el chofel de la producción) y sus argumentos están testados y documentados. ¿Por que no te vale desde donde los enuncia? ¿No te da suficientes pruebas? ¿Quieres los nombres concretos que él por elegancia no quiere poner? ¿Te los doy yo? ¿te doy los de decenas de situaciones similares que me han pasado también como guionista?.

      ¿O tampoco puedo hacerlo porque soy guionista español y, por lo tanto, una puta mierda dentro de esa factura mediocre que evalúas en el 98% de los casos?

      ¿Desde qué perspectiva opinas tú? ¿A qué te dedicas? A tantas preguntas, se necesitan otras tantas respuestas para que tu opinión valga algo más que ese 98% de guiones de mierda que según tú, escribimos en este país.

  11. Gran post. Sin tono quejoso, transmites la incertidumbre de esa danza “absurda” de proyectos e ideas. Sobre los que nunca se sabe a ciencia cierta, en qué fallan, o en qué aciertan.

    Apabulla, tras leer el post, ojear tu imdb. Si lo que narras le sigue pasando a alguien con ese bagaje…

    Por cierto, siempre he considerado “La voz de su amo” una de las mejores pelis españolas, pena que haya quedado en el olvido.

    Un saludo!

    1. Gracias, Silvestre. Cierto que no era mi intención quejarme de nada, sino describir tantas ocasiones en las que los proyectos se tuercen… y tú tienes que entregar una versión más. En fin. Esto le pasa a todo el mundo, claro, aquí no te creas que te ponen galones porque lleves más tiempo o más proyectos, a veces casi es al revés.

      A mí también me gusta “La voz de su amo”. Era un proyecto de Emilio Martínez Lázaro en el que colaboré en una de sus versiones, de la que tengo que decir que poco ha llegado a la pantalla.

Los comentarios están cerrados.